sábado, 11 de marzo de 2017

El equipo de naipes

Quienes cultivan el amor a la verdad cultivan también la amistad con los demás que buscan la sabiduría. Los filósofos no somos náufragos solitarios.
La metáfora de los naipes, que el autor de El Taller de la Filosofía utiliza en el último capítulo del libro[1], así como las repetidas referencias a la “comunidad de investigación”, le han puesto nombre a la relación que se forjó, durante los últimos cinco años, entre los compañeros de mi clase de Filosofía y Periodismoen la universidad.
Y es que después de tantos años, de tantas clases, lecturas, apuntes y exámenes, lo que aprendí… lo aprendí gracias a ellos. Sí, como buenos estudiantes que éramos hubiéramos podido sobrevivir por nuestra cuenta pero, ¿queríamos solo sobrevivir? No. Queríamos mucho más, queríamos disfrutar con lo que hacíamos, con lo que leíamos y estudiábamos, y el mejor método era compartirlo, convertir nuestros conocimientos, interpretaciones y opiniones en un juego en equipo, dándole vueltas a cada idea peregrina —o no tan peregrina— sin la intención de extraer una solución ganadora.
Y así fue como ganamos todos. En Filosofía, leíamos, resumíamos y nos explicábamos unos a otros las obras y autores, ofreciéndose voluntario en cada ocasión el alumno que mejor lo hubiera entendido. Durante estos años, asaltamos aulas y seminarios sin piedad, llenamos de letra sus pizarras blancas y desarrollamos un fuerte sentimiento de admiración los unos por los otros. Y en Periodismo… en esta carrera los de la doble pusimos en práctica otro de los grandes conceptos de este cuarto capítulo: el del “lector de confianza”, aquel del que no solo esperas “comprensión y aprecio”, sino sobre todo, “claridad, estímulo y orientación”[2].
Porque todos sabemos decirle a un buen amigo lo bien que escribe, lo mucho que nos gustan todos los textos que nos pasa y que “no tenemos nada más que añadir”. Pero, ¿cuántas personas habéis encontrado vosotros, escritores, que hayan cogido vuestros relatos y, después de leerlos en profundidad y felicitarte por el resultado, se hayan puesto los guantes, el buzo y las gafas para sumergirse en ellos con el objetivo de mejorarlos aún más? ¿Cuántos lectores amigos habéis encontrado que os digan “me gusta este título, pero si quitas esta palabra, o la cambias por esta otra, sería aún más explosivo? ¿O que te digan: “Este párrafo sobra”, “pásalo al final”, “quita esta frase que no se entiende” o que añadan al margen un “jajaja, buenísimo”?
Pregunto, porque sí yo los he conocido. Yo he convivido con unos especímenes así, que sabían dejar la diplomacia a un lado y preocuparse de verdad por perseguir juntos la excelencia, por aceptarse mutuamente y fomentar lo bueno que les distinguía[3]. Por eso, echando la vista atrás me atrevería a decir que, quizás, no sepa demasiado de filosofía, o al menos ni un cuarto de lo que me gustaría saber, pero que durante todos estos años he filosofado… y mucho, lo tengo muy claro. Gracias a mi equipo de naipes.



[1] Nubiola, Jaime, El taller de la filosofía, Eunsa, p. 206.
[2] Íbid., p.203.
[3] Cfr. Íbid, p.203. 

El trabajo, compañero de la inspiración

Del tercer capítulo de El taller de la Filosofía, de Jaime Nubiola, me gustaría destacar una idea sobre la escritura: aquella de que el 90% de un trabajo creativo es trabajo, sudor y lágrimas —aunque sean de alegría— y solo el 10% inspiración. Si quiero llamar la atención sobre este dato, que comparto, es porque, a menudo, cuando leemos algo bueno, creemos que sucede al contrario: que estamos ante un escritor que es un genio y que expira letras cada vez que respira.

Es curioso cómo, al contemplar una obra de arte pictórica de cierta complejidad o una obra musical, parece más fácil reconocer el trabajo y las horas que hay detrás que cuando lees un buen artículo de opinión en la versión online del periódico, o una buena columna. En este último caso solemos limitarnos a pensar “qué bien escribe este tío”, en vez de decir “cuántas horas hay detrás de esto”. Quizás se deba a que, en el caso del arte, nosotros no nos vemos capaces de crear nada parecido.
Pero es que, si un texto es bueno, es porque lleva muchas horas anotadas al pie. En el caso del periodismo, al que me he autoredirigido —porque me resulta más familiar que el de la escritura de una tesis doctoral y porque es en el que me he movido los últimos años— es porque su autor ha leído mucho, ha escrito mucho, ha buscado noticias sobre el tema del que escribe y ha contrastado opiniones de otros periodistas y de lo que dicen los expertos y la gente de la calle, antes de elaborar la suya propia.

Sé por experiencia que la inspiración no baja de las nubes en un momento de fervorosa iluminación, sino que llega o bien justo antes, o bien justo después del trabajo, pero siempre de la mano. Si llega antes, será el empuje para empezar a leer e investigar, buscar datos, ejemplos y anécdotas que ilustren y apoyen la idea que has tenido. Y si llega después, servirá para darle esa forma atractiva y original al trabajo que llevas horas preparando. Pero sin lectura, sin investigación, la inspiración no cobra vida.
Como futuros profesores, es importante que recordemos esto a nuestros alumnos. Porque no se trata de “escribir bien” y ya. A escribir bien se aprende. Y se aprende leyendo, escribiendo y trabajando. Se aprende escuchando los consejos de tu profesor, leyendo lo que escriben otros, y desarrollando por último tu propia creatividad, pero con los ingredientes previos en el buche.

Respecto al tema del que escribas, creo que, como dice Nubiola, es importante que el texto esté enraizado en la “biografía personal”, en aquello que nos interesa, que nos preocupa, que nos interpela. Y es importante que tengamos esto en mente a la hora de mandarles escribir a nuestros alumnos. Si queremos que de verdad disfruten escribiendo, debemos dejarles un cierto margen en la elección del tema, ya que siempre habrá espacio para delimitar en el momento de establecer los criterios de evaluación, el estilo, etc.

De lo contrario, los alumnos percibirán la tarea de la escritura como algo impuesto, que no apetece. Pero si conseguimos que escriban sobre algo que les guste, será más sencillo que
empiecen a ver este mundo como algo atractivo, terapéutico, y que sean ellos mismos los que pidan consejo acerca de cómo comunicar mejor lo que piensan. En cualquier caso, la libertad y los márgenes de los que hablo, no implican una ausencia total de indicaciones, ya que, en palabras del autor del libro comentado, “el caballo de carreras necesita de riendas y estribos” que, lejos de “limitar su creatividad”, le permitan “ganar la carrera”.

Tomémonos, pues, este capítulo de El taller de la Filosofía, como una invitación a ser buenos aurigas. Aurigas de nuestros alumnos, y aurigas de dos caballos igualmente blancos: el trabajo y la inspiración.

En busca de tu alter ego

¿Quien no se ha fijado alguna vez en los misteriosos numeritos que hay en la parte
posterior de nuestro DNI? Concretamente, en el número que aparece en la segunda línea;
la cifra más solitaria y misteriosa del documento, que arrastra toda una leyenda en torno a
él. La versión más extendida dice que se refiere al número de personas que se llaman igual
que tú. Y aunque ha sido desmitificada, ¿quién no se ha imaginado alguna vez reuniéndose
con esas cinco — en mi caso — personas que comparten con uno algo tan identitario como
el nombre y apellidos?

Pues bien, yo leo para encontrar a esos “cinco” — ojalá más — escritores cuyos textos,
como dice Jaime Nubiola en El taller de la filosofía, dan “la punzante impresión” de haber sido redactados para uno [p.84].

Porque no hay nada más estimulante en el mundo de la lectura que el verte reflejado en
las palabras de otro. Estoy de acuerdo en que “muy a menudo aprendemos más sobre
nosotros mismos” escuchando lo que otros piensan o dicen de nosotros, “o incluso de sí
mismos”, por contraste o semejanza [p.87 ]. Es decir, a veces, al escuchar a un compañero dando
su opinión sobre un tema cualquiera, podemos reconocernos en sus palabras, y lo mismo
sucede cuando no compartimos de ninguna manera lo que piensa: eso nos informa de
cómo pensamos nosotros, cómo somos, cómo actuamos, etc.

Por todo esto, creo que debemos incluir en ese grupito de informadores a los libros, los
textos o artículos de autores que nos interpelan. O más concretamente: a los fragmentos de
esas obras que te hacen saltar del asiento — o pegarte en la cabeza con la barra del metro si
los lees de pie — . A esos fragmentos que te obligan a sacar el lápiz — que según George
Steiner todo intelectual debe llevar en el bolsillo — y a marcar con corazones el párrafo
revelador.

Hasta que leí este capítulo de El Taller de la Filosofía pensaba que me faltaba un hervor
cuando tenía deseos de gritar: ¡Eureka!, y salir corriendo de la bañera, como hiciera en su
día Arquímedes al averiguar la forma de medir el volumen de los cuerpos irregulares. Pero
ahora he comprendido que no solo no es algo raro, sino que debería ser uno de los fines de
cualquier lector: lanzarse a la búsqueda incansable de los numeritos del DNI, de los
escritores que te digan algo nuevo sobre ti mismo o que expliquen con palabras que tú
nunca fuiste capaz de emplear ideas compartidas. Y cuando los encuentres, guárdalos,
anótalos: al margen, en una libreta, en tu ordenador, en un archivador. Donde sea.

Porque aunque hayan pasado veintitrés siglos del descubrimiento de Arquímedes, la
inspiración sigue siendo iguald de inesperada, y a ti puede pillarte en el sofá, en la
biblioteca o esperando en la parada del autobús, pero, como dicen por ahí, “que te pille
trabajando”. O en este caso, con un lápiz entre las manos. Atrapa esas palabras que te han
hecho clic y no las sueltes, serán el comienzo de una nueva página que ya no estará en
blanco.

Ser perfeccionista: ¿un premio o un castigo?

Si en una entrevista de trabajo me preguntasen por un defecto y una virtud (míos)
tengo una respuesta comodín para ambas opciones: soy muy perfeccionista. Nunca he
sabido del todo si eso es algo bueno o malo pero, en m i caso, es. Así que no puedo
obviarlo. Al menos si quiero ser intelectualmente honesta (y más me vale serlo para
aprender de mis errores y mejorar). Lo curioso es que, para bien y para mal, los efectos de
mi perfeccionismo tienen ansias de expansión, y alcanzan por igual tanto a personas que
quizás no quieran ser alcanzadas, como — espero— a personas que, en el fondo, lo pueden
llegar a agradecer.

Cuando en una visitilla de viernes por la tarde el Oráculo de Delfos le dijo al griego
Querefonte que su amigo Sócrates “era el hombre más sabio” y corrió a contárselo, el
barbudo alucinó. Pero después de reflexionar por qué diantres el Oráculo pensaba algo así,
llegó a una conclusión: que el ser consciente de su propia ignorancia y de la de aquellos
que le rodeaban le hacía más sabio que el resto de supuestos “sabios”, porque ellos no
sabían que no lo sabían todo.

De ahí la importancia de conocerse a uno mismo; conocimiento que en el ámbito
intelectual se traduce en una combinación de “confianza en las propias fuerzas y humildad”,
como bien señala el profesor Nubiola en El taller de la filosofía. Pues bien, a esa confianza
en lo que “uno es capaz de hacer por sí solo” —y que no está reñida con el realismo—
Tomás de Aquino la llamaba “magnanimidad” (Nubiola, 56) y viene a ser, en palabras de
Nubiola, el “concebirse a sí mismo con la responsabilidad de aportar algo, sino a la historia
de la filosofía, al menos a los que le rodean”.

Cuando he dicho que mi perfeccionismo a veces puede agradecerse, pensaba
precisamente en la última frase: en cómo pueden beneficiarse de él los que me rodean. Y
pensaba en mis futuros alumnos, porque sé que cuando preparo una clase, la preparo en
profundidad y pensando en ellos en todo momento: en cómo engancharles, cómo
entusiasmarles, cómo transmitirles mi pasión por la filosofía, etc. Y para lograrlo intento
cuidar hasta el detalle más tonto. Ahora, entiendo que si el trabajo de preparación de una
clase es en grupo, puedo llegar a ser un tormento para mis compañeros, y reconozco que
me sale una vena hitleriana que debería controlar. Ese es, entonces, el punto en el que el
despliegue de mi afán de perfección en los demás puede ser no deseado.

Pero, ¿y en mí? ¿En qué se traduce esta realidad? Nubiola detecta rápidamente el
lado negativo para uno mismo: que el querer cubrir un tema “exhaustivamente” y agotarlo,
termina abocando al escepticismo (Nubiola, 56) y, añado, al estrés y al sentimiento de
culpa. Porque todos somos humanos y “todo lo humano es siempre provisional, mejorable,
corregible” (Nubiola, 51) y ampliable. Por ti, o por otro ser humano. El problema en mi caso
es que a veces se me olvida esto, y me exigo más de lo que debería. Y he ahí cuando el
perfeccionismo se convierte en un lastre en una entrevista de trabajo.

A mí, la conciencia de mis límites, de lo que ignoro y de todo lo que me queda por
hacer, me sobra, por desgracia. Y me abruma. Sócrates estaría orgulloso, pero a mí me
mata ese don de solo mirar lo que no sé, en vez de prestar atención a todo lo que sí sé y
hago bien. Supongo, por lo tanto, que la gran beneficiada de este rasgo mío nunca seré
yo… A menos que empiece a aspirar no a “la perfección”, sino a mi “perfeccionamiento”
(Nubiola, 50), con vistas a poder compartir sus frutos.

Lo que sí que puedo decir a viva voz, y tomando de nuevo unas palabras de
Nubiola, es que dando clases de filosofía “hago lo que amo” y disfruto al máximo con ello.
Por lo tanto,, tanto si sigo siendo una “enana a hombros de gigantes” en la historia de los
profesores de filosofía, como si llego a ser una gigantilla con enanos en el hombro, me
conformaré de momento con ser “la profe” que a mí me hubiera gustado tener.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿A dónde van los restos del quinto contenedor?

Imaginen que cada vez que tirasen una cáscara de plátano al cubo de la basura, se encendiese la luz. Pues gracias a la recogida selectiva de materia orgánica a través del sistema del quinto contenedor, ése es uno de los destinos finales de los residuos orgánicos que casi un tercio de los navarros echa ya en su pequeño cubo marrón: electricidad.

Más de 41.000 familias se han sumado voluntariamente a esta iniciativa, con el fin de ir cumpliendo con los objetivos medio ambientales exigidos por la normativa europea, que cada vez más es exigente: para el año 2020 será obligatorio reciclar el 50% de los residuos. Por ese motivo, en Navarra se han puesto manos a la obra, buscando la solución más ecológica al tratamiento de los residuos orgánicos. Y la han encontrado en la planta “HTN Biogás”, en Caparroso.

Situada a 4,5 kilómetros del pueblo más cercano, es la planta de biogás agroindustrial más grande del sur de Europa. Con unos motores únicos, cuya capacidad energética es cuatro veces mayor de lo habitual, produce 2.900 kw de energía eléctrica renovable, suficiente para abastecer a 7.000 hogares. Pero es que además, el alimento de esta planta, que no es otro que residuos agroindustriales, y desde hace poco más de un año, la materia del quinto contenedor, produce 190.000 toneladas de abono orgánico, tanto sólido como líquido. Un eficaz sustituto para los fertilizantes inorgánicos.

De esta forma, y gracias a la tecnología danesa más avanzada, consiguen ahorrar en los dos procesos el equivalente a 3,5 millones de litros de gasolina. Además de evitar la emisión total de aproximadamente 18.000 toneladas de CO2.

Los restos de comida, productos envasados en mal estado, hojas, serrín, tripas, sangre, y demás restos del matadero de Mélida, además de los purines de las 3.000 vacas de la Granja “Valle de Odieta”, se transforman en esta parcela de 8.000 metros cuadrados en energía, calor, y abono. Pero, ¿cuál es el proceso que sigue la cáscara de plátano desde que un vecino la tira a la basura, hasta que se enciende la luz de su casa?

Dos productos, dos procesos

El ingeniero técnico agrícola Ignacio Senosiain lleva trabajando en la planta de Caparroso desde su apertura en el año 2010. “Hacemos de un residuo un producto”, afirma orgulloso, y “aprovechamos algo que si no, sólo serviría para llenar más y más el vertedero de Góngora”. Cada día, explica Senosiain, llegan camiones con los residuos procedentes del quinto contenedor, que tienen que tratar antes de entrar al depósito, para separar las bolsas del contenido. Afortudamente, disponen de una máquina que después de agujerear las bolsas, provoca que lo menos denso (el plástico) suba, y lo más denso, los restos de comida, las hojas, el serrín, etc., bajen hacia abajo, donde se mezclan con agua, formando una papilla lista para entrar a la sala de recepción, a la que llegan también los purines de las vacas lecheras de la granja.

Podría pensarse que HTN Biogás es como esas granjas que al pasar con el coche despiden un olor infernal. Pero nada más lejos de la realidad, explica el ingeniero. El motivo es sencillo: esta planta cuenta con un sistema único de supresión de olores. Los purines llegan directamente por una tubería, y el resto de residuos entran por un sistema totalmente “cerrado, sellado y aislado”. Además, una serie de tuberías absorben el aire de esas naves dirigiéndolo hasta unos biofiltros que lo limpian para quitar el olor. Y por si esto fuera poco, todos los camiones de transporte pasan por un sistema de desinfección antes de salir.

Los residuos del quinto contenedor, explica Senosiain, han supuesto una mejora para la planta, porque al fermentarse producen más biogás que el purín. En cualquier caso, el ingeniero recuerda la importancia de que la gente “separe bien en su casa”, porque sino, dificultan el proceso: “La gente solo tiene que concienciarse de que en el cubo marrón únicamente va la materia orgánica, y el resto ya lo hacemos nosotros”.

Esa mezcla de residuos y 400.000 litros diarios de “caca de vaca” son bombeados hasta dos depósitos circulares, donde se pica el “alimento de la planta” por seguridad y para facilitar “la digestión”. Se consigue entonces un producto homogéneo, que viene a ser como un puré, señala el ingeniero.

Pero como todo puré, hay que calentarlo antes de comer. Por eso, se eleva la temperatura de la masa a 70º durante una hora. El motivo es de bioseguridad: para eliminar bacterias tan nocivas como la salmonella o el E-Coli, además de matar posibles restos de semillas, que no conviene que estén en el abono. Este proceso se denomina pasteurización, y la planta de Caparroso es la única de España en pasteurizar absolutamente todos los residuos que recibe.

El puré pasa entonces a los digestores, dos grandes depósitos negros, que miden unos 20 metros de alto y 22 de diámetro, y tienen capacidad para ocho millones de litros de biomasa. Son como dos estómagos gigantes, con la diferencia de que ellos tardan en hacer la digestión alrededor de treinta días. Las encargadas de descomponer y fermentar el puré son unas bacterias, llamadas “metanogénicas” porque producen metano. Pero claro, son un ser vivo, y como tal, necesitan unas determinadas condiciones de temperatura para actúar. Por eso, el puré de biomasa se templa a unos 40º grados antes de entrar a estos estómagos, la temperatura idónea para que las bacterias puedan darse un auténtico festín.

La materia orgánica al pudrirse, produce biogás. El 85-90% del biogás total se produce en los biodigestores primarios, y el 10-15% restante en unos postdigestores: las dos pequeñas cúpulas blancas que se ven desde fuera de la planta, donde la materia orgánica termina de estabilizarse durante 5-10 días, y en cuyas cúpulas se regula la presión del biogás. Pero ¡cuidado! No son un almacén ni de biogás, ni de la biomasa fermentada. El ingeniero jefe de planta Javier Lanas Navarro explica que son una especie de “piscina” tapada por un techo semicircular. En la piscina estaría el digestato que ha sido bombeado desde los estomágos, y que ahora está aquí terminando su digestión. Y en la zona superior “del globo”, se va regulando la presión del biogás antes de que éste pase a los motores de cogeneración, para ser transformado en electricidad. Por lo tanto, son una zona de paso. El proceso no ha terminado.

De hecho, falta por explicar un paso intermedio, señala Navarro. Es necesario filtrar el biogás antes de llegar a las cápsulas blancas para quitarle el azufre, ya que si no lo hicieran, al llegar a los motores a los que luego pasa, se produciría ácido sulfídrico, “el que huele a huevos podridos”, que se come el hierro de los motores. Por eso, una vez filtrado y regulada su presión en los postdigestores, el biogás está listo para pasar a los dos potentes motores, cuyo combustible en vez de gasolina es el propio biogás, y que al estár conectados a un generador, al girar producen electricidad.

La planta de Caparroso tiene capacidad para producir 3.000 kw/hora. En los motores de cogeneración, donde el ruido es tal que hay que llevar cascos, se engancha con la red eléctrica, y de ahí se vende. Ya está disponible para su uso.

El resultado: biogás para producir electricidad y abono para los campos
Tenemos entonces dos productos fruto de todo este proceso de transformación, pero, ¿cuál es su destino final, y cuáles sus ventajas?

Primero atenderemos a la materia orgánica pasteurizada que queda una vez realizada la digestión, y separado y aprovechado el biogás que produce. A esta materia ya tratada se le denomina “digestato”, que es bombeado de los postdigestores a un separador, para sacar por un lado digestato, o abono sólido, y por otro, abono líquido. La separación se realiza por centrifugación y pasan a almacenarse separados.

En lo que refiere a su distribución, la planta cuenta con camiones y tractores con cubas específicas para cargar, transportar y aplicar el digestato en los campos de cultivo, que ya no huele. El digestato sólido se aplica en los regadíos de Artajona y Tudela, en un radio de 40 kilómetros aproximadamente, mientras que el digestato líquido se aplica sólo en un radio de 20 kilómetros, pues es empleado por los ganaderos socios que proveen a la planta con purín. Digamos que es “una especie de intercambio en el que todos salen ganando”, explica Senosiain.

Pero, ¿cuáles son las ventajas de este abono respecto a otros fertilizantes inorgánicos? Pues en primer lugar, explica Navarro, que no sólo añade nutrientes a la tierra, como cualquier fertilizante, sino que además, añade materia orgánica. Algo “ideal” para las tierras casi desérticas, pues puede llegar a mejorar la estructura del suelo si se aplica durante tres o cuatro años. Pero esto no es todo, ya que este proceso evita la emisión de 2.050 toneladas de CO2.

Y por si esto fuera poco, están las evidentes ventajas que aporta el segundo producto de la planta: el biogás. Para los que no sepan cuál es la parte más importante de esta fuente energética, desde el departamento de Biomasa del Centro Nacional de Energías Renovables (CENER) nos dan la respuesta: el metano. ¿Por qué? Por ser la parte combustible que necesitamos para producir electricidad. El biogás es como el aire que respiramos, no todo es oxígeno, y con este gas pasa lo mismo, el resto de elementos, aproximadamente el 40%, son “impurezas”, sobre todo, uno de sus componentes: el ácido sulfídrico, que como ya se ha explicado, es esencial eliminar.

Ahora sólo queda una cuestión, averiguar qué ventajas tiene el biogás frente a otras energías renovables, y la respuesta, señalan desde el CENER, es que permite producir energía de manera constante. De hecho, HTN Biogás es una planta diseñada para trabajar más de 8.000 horas al año durante las 24 horas, mediante un proceso automatizado. Es decir, que está en funcionamiento todos los días del año, con un descanso de dos días al mes.

Soluciones vanguardistas
Aunque en algunos países del norte de Europa, como Dinamarca, la cultura del biogás esté totalmente implantada, este sistema en nuestro país es una solución, cuanto menos, innovadora, y por encima de todo, una buena respuesta medioambiental para los residuos orgánicos.

En cualquier caso, y por mucho que la iniciativa de separar en un pequeño cubo marrón la materia orgánica haya salido de las instituciones navarras, los verdaderos artífices para que las cosas funcionen y cuidemos un poquito más nuestro planeta, son y serán siempre, los ciudadanos. Así que ya saben la última pregunta: ¿Dónde hay que apuntarse?


Fuentes empleadas:
Ignacio Senosiain, ingeniero agrícola en la planta de Caparroso.
Javier Lanas Navarro, ingeniero y jefe de planta en la planta de Caparroso.
Cristina López Mañero, jefa del gabinete de comunicación de Desarrollo Rural, Medio Ambiente y Administración Local.
Departamento de Biomasa del Centro Nacional de Energías Renovables (CENER).

miércoles, 8 de octubre de 2014

Detrás de una bata blanca


Con guantes, mascarilla, gafas y un buzo desechable. Así recibió el doctor Leiva a los dos periodistas. Todo un equipo de alta protección sustituía a la bata blanca del director del Servicio de Microbiología Clínica de la Universidad de Navarra. Y, por supuesto, al micrófono, la cámara y la libreta de los hambrientos reporteros. “Estas epidemias alimentan a los medios por toda la alarma que crean”, reconoce el doctor a las puertas del laboratorio de Bioseguridad de nivel 3, mientras espera la llegada de los especialistas en Virología. Se refiere, cómo no, al ébola. José Leiva gestiona un servicio en el que bacterias, virus, hongos y todo tipo de parásitos comparten espacio con él, y con otros cuatro especialistas en Microbiología y Parasitología, además de con los técnicos de laboratorio, residentes y alumnos.

Apreciamos de verdad vuestro trabajo”, le dice el doctor al cámara afablemente antes de ponerse la mascarilla. “En momentos como éste vuestras páginas se leen mucho, pero por eso mismo es necesario que no fomentéis la confusión”, añade esbozando una abierta sonrisa que se adivina bajo la protección. Siempre abierto a lo que le pidan, Leiva guía al grupo al primero de los cuatro compartimentos que hay antes de llegar al laboratorio, pero enseguida da la voz a otro especialista “más experto que él” en el tema.

Licenciado en Farmacia en la Universidad de Granada, Leiva llegó a Pamplona en 1992 después de haber trabajado en la especialidad de Microbiología y Parasitología, de la siempre estuvo “enamorado”. Ocho años después se convirtió en director del departamento, y ya lleva once compaginando investigación, docencia y asistencia en el diagnóstico de enfermedades infecciosas. "Compaginarlo todo es complicado, porque el día tiene 24 horas, y hay que quitarle las de comer y dormir. Pero se hace lo mejor posible", afirma. A Leiva tampoco le faltan reconocimientos, pero sabe que su bata blanca no le sitúa por encima de nadie. No tiene problemas para ponerse a la altura de aquél con el que está hablando y relegar funciones en sus compañeros, porque dentro del gremio “cada uno sabe de lo suyo”. 

Ya en el despacho, enfundado en su bata blanca, da libertad total a los reporteros para que pregunten mientras él analiza los medios de cultivo de bacterias. “Os diría que os sirvieses, pero no creo que tengáis ganas de pillar tuberculosis”, bromea al abrir un enorme frigorífico lleno de cepas. "Elija el producto antes de abrir la puerta", reza un pequeño letrero. Como si fuera una coca-cola, el doctor coge una muestra para enseñársela a los alumnos en prácticas y traduce a los periodistas lo que está explicando de forma muy didáctica. Además de científico hace labores de divulgación, para lo que considera esencial “formarse en lo que uno desconoce y no empezar a hablar sin saber”.

Admirado y respetado por todo el equipo, Leiva es un científico con carisma y amor por su trabajo. Pero va más allá, y sus propios compañeros lo ven cada día: “Va con traje, pero sin estar encorsetado”, decía una de las residentes. Ahora, están todos escuchándole con atención, cuando se oye trinar a unos pajaritos. El doctor deja entonces el medio de cultivo y saca el móvil. “Lo siento”, se disculpa, “hora de recoger a los niños”. Y con una sonrisa empieza a desabrocharse la bata. 

martes, 16 de julio de 2013

Presentación de la sección "Filosofía del Lenguaje"

Aquí van cuatro ensayos relacionados con la Filosofía del Lenguaje.

¿Qué qué es eso? El estudio de la relación entre: el lenguaje, el pensamiento y el mundo.

Abrí este blog gracias a esta asignatura así que, ¡qué menos que dedicarle una sección!

He de reconocer que los cuatro ensayos que veréis a continuación son demasiados largos para el formato de un blog, y por tanto, pesados y difíciles de leer, pero en verano hay tiempo para estas cosas... y nunca se sabe a quién puede llegar a interesarle, así que ¡ahí van!

Y para los que no se aburren tanto... iré publicando los temas que más me gustan de esta rama de investigación filosófica.