sábado, 11 de marzo de 2017

En busca de tu alter ego

¿Quien no se ha fijado alguna vez en los misteriosos numeritos que hay en la parte
posterior de nuestro DNI? Concretamente, en el número que aparece en la segunda línea;
la cifra más solitaria y misteriosa del documento, que arrastra toda una leyenda en torno a
él. La versión más extendida dice que se refiere al número de personas que se llaman igual
que tú. Y aunque ha sido desmitificada, ¿quién no se ha imaginado alguna vez reuniéndose
con esas cinco — en mi caso — personas que comparten con uno algo tan identitario como
el nombre y apellidos?

Pues bien, yo leo para encontrar a esos “cinco” — ojalá más — escritores cuyos textos,
como dice Jaime Nubiola en El taller de la filosofía, dan “la punzante impresión” de haber sido redactados para uno [p.84].

Porque no hay nada más estimulante en el mundo de la lectura que el verte reflejado en
las palabras de otro. Estoy de acuerdo en que “muy a menudo aprendemos más sobre
nosotros mismos” escuchando lo que otros piensan o dicen de nosotros, “o incluso de sí
mismos”, por contraste o semejanza [p.87 ]. Es decir, a veces, al escuchar a un compañero dando
su opinión sobre un tema cualquiera, podemos reconocernos en sus palabras, y lo mismo
sucede cuando no compartimos de ninguna manera lo que piensa: eso nos informa de
cómo pensamos nosotros, cómo somos, cómo actuamos, etc.

Por todo esto, creo que debemos incluir en ese grupito de informadores a los libros, los
textos o artículos de autores que nos interpelan. O más concretamente: a los fragmentos de
esas obras que te hacen saltar del asiento — o pegarte en la cabeza con la barra del metro si
los lees de pie — . A esos fragmentos que te obligan a sacar el lápiz — que según George
Steiner todo intelectual debe llevar en el bolsillo — y a marcar con corazones el párrafo
revelador.

Hasta que leí este capítulo de El Taller de la Filosofía pensaba que me faltaba un hervor
cuando tenía deseos de gritar: ¡Eureka!, y salir corriendo de la bañera, como hiciera en su
día Arquímedes al averiguar la forma de medir el volumen de los cuerpos irregulares. Pero
ahora he comprendido que no solo no es algo raro, sino que debería ser uno de los fines de
cualquier lector: lanzarse a la búsqueda incansable de los numeritos del DNI, de los
escritores que te digan algo nuevo sobre ti mismo o que expliquen con palabras que tú
nunca fuiste capaz de emplear ideas compartidas. Y cuando los encuentres, guárdalos,
anótalos: al margen, en una libreta, en tu ordenador, en un archivador. Donde sea.

Porque aunque hayan pasado veintitrés siglos del descubrimiento de Arquímedes, la
inspiración sigue siendo iguald de inesperada, y a ti puede pillarte en el sofá, en la
biblioteca o esperando en la parada del autobús, pero, como dicen por ahí, “que te pille
trabajando”. O en este caso, con un lápiz entre las manos. Atrapa esas palabras que te han
hecho clic y no las sueltes, serán el comienzo de una nueva página que ya no estará en
blanco.

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