Quienes cultivan
el amor a la verdad cultivan también la amistad con los demás que buscan la
sabiduría. Los filósofos no somos náufragos solitarios.
La
metáfora de los naipes, que el autor de El
Taller de la Filosofía utiliza en el último capítulo del libro[1],
así como las repetidas referencias a la “comunidad de investigación”, le han
puesto nombre a la relación que se forjó, durante los últimos cinco años, entre
los compañeros de mi clase de Filosofía —y Periodismo— en
la universidad.
Y
es que después de tantos años, de tantas clases, lecturas, apuntes y exámenes,
lo que aprendí… lo aprendí gracias a ellos. Sí, como buenos estudiantes que éramos
hubiéramos podido sobrevivir por nuestra cuenta pero, ¿queríamos solo sobrevivir? No. Queríamos mucho
más, queríamos disfrutar con lo que hacíamos, con lo que leíamos y
estudiábamos, y el mejor método era compartirlo, convertir nuestros
conocimientos, interpretaciones y opiniones en un juego en equipo, dándole
vueltas a cada idea peregrina —o no tan
peregrina— sin la intención de extraer una solución ganadora.
Y
así fue como ganamos todos. En Filosofía, leíamos, resumíamos y nos
explicábamos unos a otros las obras y autores, ofreciéndose voluntario en cada
ocasión el alumno que mejor lo hubiera entendido. Durante estos años, asaltamos aulas y seminarios sin piedad,
llenamos de letra sus pizarras blancas y desarrollamos un fuerte sentimiento de
admiración los unos por los otros. Y en Periodismo… en esta carrera los de la
doble pusimos en práctica otro de los grandes conceptos de este cuarto
capítulo: el del “lector de confianza”, aquel del que no solo esperas
“comprensión y aprecio”, sino sobre todo, “claridad, estímulo y orientación”[2].
Porque
todos sabemos decirle a un buen amigo lo bien que escribe, lo mucho que nos
gustan todos los textos que nos pasa y que “no tenemos nada más que añadir”.
Pero, ¿cuántas personas habéis encontrado vosotros, escritores, que hayan
cogido vuestros relatos y, después de leerlos en profundidad y felicitarte por
el resultado, se hayan puesto los guantes, el buzo y las gafas para sumergirse en
ellos con el objetivo de mejorarlos aún
más? ¿Cuántos lectores amigos habéis encontrado que os digan “me gusta este
título, pero si quitas esta palabra, o la cambias por esta otra, sería aún más
explosivo? ¿O que te digan: “Este párrafo sobra”, “pásalo al final”, “quita
esta frase que no se entiende” o que añadan al margen un “jajaja, buenísimo”?
Pregunto,
porque sí yo los he conocido. Yo he convivido con unos especímenes así, que
sabían dejar la diplomacia a un lado y preocuparse de verdad por perseguir
juntos la excelencia, por aceptarse mutuamente y fomentar lo bueno que les
distinguía[3].
Por eso, echando la vista atrás me atrevería a decir que, quizás, no sepa
demasiado de filosofía, o al menos ni un cuarto de lo que me gustaría saber, pero
que durante todos estos años he filosofado… y mucho, lo tengo muy claro. Gracias
a mi equipo de naipes.