martes, 23 de abril de 2013

¿Por qué nos confunden con ardillas?


  Música de ambiente :)
 

Con franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer los tres ensayos1, pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.

Un buen comienzo para adentrarnos en el fascinante mundo de la verdad y la Filosofía puede tomarse del artículo “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista2, de Jaime Nubiola.
San Agustín cuenta en Las confesiones que, aunque en su vida había tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que deseara ser engañado. En cierto sentido, quienes no desean ser engañados aman ya la verdad y tienen por tanto alguna noticia de ella3. Con ello estoy afirmando de nuevo la tesis de que el mejor marco para adentrarse en el análisis de la verdad es identificando la verdad, no como el resultado sofisticado de una teoría lógica, sino como aquello que siempre buscamos. Me parece que esta perspectiva se encuentra en sintonía con la experiencia práctica de cualquiera que se dedique a la docencia. El factor decisivo del crecimiento de los estudiantes es siempre su afán de verdad, la voluntad de saber[…]

Con esa sencilla frase en negrita queda todo dicho. No importa si hablamos de un filósofo pragmatista, científico de bata blanca o un relativista redomado, porque por el simple hecho de no desear ser engañado, el susodicho ama la verdad. El filósofo, por tanto, no debería ser considerado un bicho raro, un humano con antenas extraterrestres escondidas debajo del sombrero y que camina sosteniéndose el mentón escondido bajo una espesa y larga barba. Porque el filósofo es un buscador de la verdad, y si se dedica profesionalmente a ello, es un afortunado que puede emplear su tiempo en algo esencial. Tiempo del que no dispone la gran mayoría por dedicarse a tantas otras cosas -no menos importantes-. De ahí que repita: afortunado.
Sin embargo, este adjetivo no sería el empleado por esa gran mayoría. Por eso me atrajo tanto el título del ensayo de Quine: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”4 Porque hay algo que todo aspirante a filósofo debe preguntarse: ¿por qué somos confundidos con ardillas?
 

Si saliésemos a la calle a preguntar al tuntún qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no díganselo a Tales de Mileto. 
Hilary Putman hablaba de una “filosofía responsable” como aquella que deberá extraer la conexión existente entre los problemas de los filósofos y los de los varones y mujeres5. Y en efecto, ésa es nuestra misión: bajar a la tierra y no buscar la verdad solo para nosotros, sino además, acercársela al resto en un lenguaje inteligible. No se trata de servírsela en bandeja, porque la verdad no es un filete con guarnición, sino de darles la mano para que ellos mismos se adentren en esa búsqueda.
Quine, hablando de la popularización de la física moderna, señala que “un buen filósofo que sea un hábil expositor podría hacer lo mismo con la filosofía técnica habitual.” Pero que esa labor “requeriría arte, porque no todo lo que es filosóficamente importante es necesariamente de interés común, ni siquiera cuando se expone con claridad y en su lugar”6. Y como yo no podía terminar el último de los ensayos sin haber hablado de la docencia, diré de que esos grandísimos artistas son los buenos filósofos y comunicadores en particular y los profesores en general.
Estoy pensando concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos, entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de esos profesores que preferían darles un montón de folios importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede denominársele arte, y a ellos, artistas.

1 W. V. O. Quine: "¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?" (1981). J. Nubiola: "La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista", Tópicos 8-9 (2001). R. Bernstein: "El resurgir del pragmatismo", Philosophica Malacitana supl. nº 1 (1993), pp. 11-30.

2 J. Nubiola, “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”.
3 San Agustín: Confesiones, X, 23, 33. Cfr. C. Cardona: "Querer la verdad", Escritos Arvo, nº 128, XII (1992); Juan Pablo II: Fides et ratio, 1998, n. 25.
4W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).
5 J. Harlan: "Entrevista con Hilary Putnam, Acerca de la mente, el significado y la realidad", Atlántida 4 (1993), 80-81.
6W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).

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