Música de ambiente :)
Con
franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero
escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin
control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar
cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer
los tres ensayos1,
pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la
cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.
Un
buen comienzo para adentrarnos en el fascinante mundo de la verdad y
la Filosofía puede tomarse del artículo “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”2,
de Jaime Nubiola.
San Agustín cuenta en Las
confesiones que, aunque en su vida había
tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que
deseara ser engañado. En cierto sentido,
quienes
no desean ser engañados aman ya la verdad y tienen por tanto alguna
noticia de ella3.
Con ello estoy afirmando de nuevo la tesis de que el mejor marco para
adentrarse en el análisis de la verdad es identificando la verdad,
no como el resultado sofisticado de una teoría lógica, sino como
aquello que siempre buscamos. Me parece que esta perspectiva se
encuentra en sintonía con la experiencia práctica de cualquiera que
se dedique a la docencia. El factor decisivo del crecimiento de los
estudiantes es siempre su afán de verdad, la voluntad de saber[…]
Con
esa sencilla frase en negrita queda todo dicho. No importa si
hablamos de un filósofo pragmatista, científico de bata blanca o un
relativista redomado, porque por el simple hecho de no desear ser
engañado, el susodicho ama la verdad. El filósofo, por tanto, no
debería ser considerado un bicho raro, un humano con antenas
extraterrestres escondidas debajo del sombrero y que camina
sosteniéndose el mentón escondido bajo una espesa y larga barba.
Porque el filósofo es un buscador de la verdad, y si se dedica
profesionalmente a ello, es un afortunado que puede emplear su tiempo
en algo esencial. Tiempo del que no dispone la gran mayoría por
dedicarse a tantas otras cosas -no menos importantes-. De ahí que
repita: afortunado.
Sin embargo, este
adjetivo no sería el empleado por esa gran mayoría. Por eso me
atrajo tanto el título del ensayo de Quine: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”4
Porque hay algo que todo aspirante a filósofo debe preguntarse: ¿por
qué somos confundidos con ardillas?
Si saliésemos a
la calle a preguntar al tuntún
qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación
más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a
las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el
infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que
cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se
quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que
les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva
el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han
olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran
a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no
díganselo a Tales de Mileto.
Hilary Putman
hablaba de una “filosofía responsable” como aquella que deberá
extraer la conexión existente entre los problemas de los filósofos
y los de los varones y mujeres5.
Y en efecto, ésa es nuestra misión: bajar a la tierra y no buscar
la verdad solo para nosotros, sino además, acercársela al resto en
un lenguaje inteligible. No se trata de servírsela en bandeja,
porque la verdad no es un filete con guarnición, sino de darles la
mano para que ellos mismos se adentren en esa búsqueda.
Quine, hablando
de la popularización de la física moderna, señala que “un buen
filósofo que sea un hábil expositor podría hacer lo mismo con la
filosofía técnica habitual.” Pero que esa labor “requeriría
arte, porque no todo lo que es filosóficamente importante es
necesariamente de interés común, ni siquiera cuando se expone con
claridad y en su lugar”6.
Y como yo no podía terminar el último de los ensayos sin haber
hablado de la docencia, diré de que esos grandísimos artistas son
los buenos filósofos y comunicadores en particular y los profesores
en general.
Estoy pensando
concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que
debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos,
entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que
les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo
decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio
por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en
la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por
algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas
cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que
fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no
profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes
obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin
embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese
autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me
parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a
Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de
esos profesores que preferían darles un montón de folios
importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden
imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos
estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para
hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi
admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de
lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para
alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de
verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la
materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede
denominársele arte, y a ellos, artistas.
1
W. V. O. Quine: "¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?" (1981).
J. Nubiola: "La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista",
Tópicos 8-9
(2001). R. Bernstein: "El resurgir del pragmatismo", Philosophica
Malacitana supl. nº 1 (1993), pp. 11-30.
2
J. Nubiola, “La búsqueda de la verdad en la tradición
pragmatista”.
3
San Agustín: Confesiones,
X, 23, 33. Cfr. C. Cardona: "Querer la verdad", Escritos
Arvo, nº 128, XII (1992); Juan Pablo II:
Fides et ratio, 1998,
n. 25.
4W.V.
Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard
U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F.
Barrena).
5
J. Harlan: "Entrevista con Hilary Putnam, Acerca de la mente,
el significado y la realidad", Atlántida 4 (1993),
80-81.
6W.V.
Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard
U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F.
Barrena).
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