No podéis perderos este vídeo, ¡si no lo ves no te lo crees!
http://www.youtube.com/watch?v=zfAYh3rIie4&feature=player_embedded
A escribir se aprende escribiendo, y a pensar...¡también! Este blog es la primera parada de una futura periodista y profe de Filosofía.
Con
franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero
escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin
control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar
cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer
los tres ensayos1,
pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la
cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.
Si saliésemos a
la calle a preguntar al tuntún
qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación
más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a
las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el
infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que
cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se
quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que
les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva
el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han
olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran
a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no
díganselo a Tales de Mileto.
Estoy pensando
concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que
debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos,
entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que
les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo
decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio
por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en
la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por
algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas
cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que
fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no
profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes
obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin
embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese
autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me
parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a
Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de
esos profesores que preferían darles un montón de folios
importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden
imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos
estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para
hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi
admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de
lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para
alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de
verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la
materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede
denominársele arte, y a ellos, artistas.
Cuando te acostumbras a leer textos filosóficos que podrías
guardar en el arca perdida junto con otro par de jeroglíficos, crees
soñar al toparte con ensayos como este1.
¡Lo entiendo! Es más, ¡estoy de acuerdo! Inmediatamente después
coges el taco de folios, lo levantas y lo pones a contraluz. Tiene
que haber algún truco. ¿Cómo pueden estos autores leerme la mente
y transcribirla con palabras tan precisas? Igual es al revés, yo les
he leído la mente a ellos, o mejor dicho, he leído sus textos. Pero
bueno, independientemente de quién posea poderes sobrenaturales,
todos estamos de acuerdo. 