miércoles, 27 de febrero de 2013

Más allá de los límites


Música ambiental :)

Como buen filósofo analítico, a Bertrand Russell le falta tiempo para señalar, ya en el primer párrafo1, que mediante el estudio de los principios del simbolismo podremos salir de la influencia de un lenguaje que a menudo confunde y lleva a error.


El propósito que persigue en este texto es exponer el concepto de “vaguedad” y probar que “todo el lenguaje es vago”. Para ello se sirve de varios ejemplos ilustrativos como son la palabra “rojo”, en representación de todas aquellas palabras que describen cualidades sensibles, o “calvicie”. Después pasará a las palabras cuantitativas como “segundo” y a los nombres propios, para concluir que todas aquellas palabras en cuya definición intervenga un elemento sensible son vagas. Del mismo modo, explica, las palabras lógicas, por el mero hecho de ser empleadas por personas, también lo son, aunque en menor medida. Expongo estos ejemplos porque considero que es gracias a los mismos por lo que se comprende verdaderamente adónde quiere llevarnos el autor. En efecto, como él mismo afirma, son los casos cotidianos los que prueban la vaguedad de la mayor parte del conocimiento2, y gracias a las referencias a estos el texto capta nuestra atención hasta el final.

Particularmente, encuentro sugerente lo referido a la vaguedad del conocimiento sensorial, tan bien ilustrada con el ejemplo del vaso de agua. Explica cómo hay muchas cosas que aunque no podamos distinguirlas a simple vista, producen, sin embargo, efectos diferentes. En este punto, reconozco la importancia de conocer las limitaciones de nuestro conocimiento. Tenemos que ser conscientes de que no todo es como parece y de que hay que echar mano de un “microscopio” cuando sea necesario, porque por desgracia, muchas veces las consecuencias de la ignorancia pueden ser peores que pescar el tifus.

Ahora bien, aunque estoy de acuerdo con varias de las explicaciones que da para que comprendamos el concepto de “vaguedad”, sin embargo, la sensación tras la lectura ha sido de un cierto desasosiego: ¿en verdad no es posible trazar los límites precisos de ningún concepto? ¿“Delimitar la zona de penumbra”, como afirma Russell? Él señala que “afortunadamente” no lo es, pero discrepo del uso de ese adverbio. Me explico, es cierto que son muchos los conceptos vagos, pero extender la vaguedad a absolutamente todo el conocimiento me parece excesivo. No sé en qué color pensaría Russel cuando escuchaba la palabra “rojo”, pero estoy segura de que en una reunión de personajes de cuento reconocería a Caperucita Roja aunque se le hubiese descolorido la capa con la lluvia. Del mismo modo, dado que, según él, al tratar con la muerte se empieza a desdibujar el concepto “hombre”, me pregunto qué pensaría si al morir le hubiesen plantado en una huerta de albaricoques. Quién sabe si en esa zona de penumbra, en la que las palabras se tornan cuestionables, no podría ser confundido con una fruta. ¡La oscuridad es lo que tiene! A mí sin ir más lejos, me gustaría ser recordada en un futuro como “M. Teresa Ausín Martínez” con independencia del estado de descomposición de mi cuerpo, por lo que no considero necesario que nadie trace el límite en el que la posesión del mismo me fuera arrebatada. Lo que quiero decir es que en la vida real, que es la que cuenta, nadie va a sacarse un reloj de arena del bolsillo para decirnos “ahora sí, a partir de...ya, te llamas M. Teresa”. Si ahí no hay límites es porque tampoco es preciso trazarlos. Me parece angustioso cómo Russell trata de aplicar el concepto de “vaguedad” a absolutamente todo el conocimiento. Resulta curioso ver cómo algunos filósofos -me abstendré de decir un número- encuentran tan complicado limitarse a hacer afirmaciones lógicas y coherentes sin radicalizarlas, en un intento no sé si de innovar o de que se levanten en armas contra ellos.

Al final del texto, Russell señala que “el hecho de que el significado sea una relación multívoca es la manifestación de que todo lenguaje es más o menos vago”3. Sin embargo, y aprovechando para llevar los ejemplos a terrenos empalagosos, lo encuentro matizable. Pongamos el caso de una mirada enamorada: pensemos en ese chico que mira a su compañera de clase como si no hubiese final. Absolutamente todo el mundo se da cuenta, salvo ella. ¿Es una mirada vaga? ¡Todo lo contrario! La vaga es ella, que está tan entretenida hablando por el wassap que ni le ha mirado, y cuando lo ha hecho, tenía la mente en otra parte. En este caso, la mirada era clara, precisa, de amor incondicional, porque esas cosas no se pueden disimular. Por mucho que el chico intentase poner una mirada “vaga” para hacerse el “interesante” no habría podido, estoy segura. No sé si este caso se sale del tema explicado por Russell, pero lanzo una pregunta, y que la coja quien quiera: ¿la vaguedad está solo en el lenguaje o es posible que la incorporemos nosotros con nuestras distintas interpretaciones y percepciones, difuminando unos límites que en muchos casos sí que están?



1B. Russell, “Vaguedad”, Antología Semántica, Ed. Nueva Visión, Buenos aires, 1960. El ensayo hace referencia a este artículo, cuyo título original es “Vagueness”.

2B. Russell, “Vaguedad” p. 23.

3B. Russell, “Vaguedad”, p. 22.

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