miércoles, 27 de febrero de 2013

Clase con Vicente del Bosque

Música ambiental :)


Esta ha sido una tarde de sorpresas. La primera, la cancelación de la clase de Filosofía del Lenguaje para asistir a un coloquio con Vicente del Bosque. El entrenador de la Selección española de fútbol ha venido a la universidad con motivo de la XLV Sesión de la Academia Olímpica española, celebrada del 20 de Febrero al 1 de Marzo. Lo de tenerle tan cerca y a la vez tan lejos -por eso de la clase- ha sido solucionado por la democracia estudiantil. Así que gracias profe por escucharla, porque ha merecido la pena. La segunda sorpresa es que, por raro que parezca, hoy me apetecía dar clase. Y la tercera, el propio Vicente del Bosque.

Aunque tengo que admitir que esta última no era una sorpresa: Vicente vino a mi colegio -de Burgos- hace ahora dos años, con motivo del centenario de su fundación. Allí no improvisó, hablaba para niños y llevaba pensado el discurso. Por desgracia, no recuerdo nada de lo que dijo, pero sí recuerdo que me fascinó cómo se dirigió a nosotros. La sorpresa no ha sido hoy, por tanto, sino que fue hace dos años. El recuerdo de ese hombretón de metro noventa sentado en una silla de bar en medio de mi polideportivo y capturando la atención de doscientos niños y la mía es lo que me ha hecho levantar la mano a su favor cuando han sugerido el cambio de planes a pesar del extraño deseo de continuar con la clase.

Pues bien, como él mismo ha dicho, ha venido “a lo que salga”. Pero, aunque en un principio, la charla estaba pensada para cincuenta personas, eran más de cuatrocientas cincuenta las que querían escuchar qué le salía a nuestro seleccionador. Y creo que no nos ha decepcionado.

A su entrada, cientos de móviles se han levantado para grabar la imagen de Vicente del Bosque junto a la misma pizarra en la que dos horas antes dábamos clase de Economía.

El seleccionador ha captado nuestra atención desde el principio con dos “imágenes didácticas del deporte” para que viésemos que ser un buen deportista no se traduce únicamente en jugar bien al fútbol. “Saber ganar también tiene su dificultad” ha señalado refiriéndose a un vídeo de Iker Casillas.

Para del Bosque, las dos grandes tareas de un entrenador son, por un lado, todo lo que tiene que ver con el desarrollo de la estrategia deportiva, y por el otro, y no menos importante -algo remarcado a lo largo de todo el coloquio- el cuidado de las relaciones humanas dentro del equipo; el “gestionar personas”.

Después de esta breve introducción han comenzado las preguntas, antes de las cuales nos ha avisado de que aunque estuviésemos en familia, “no hay que tener cuidado sólo con lo que se hace, sino también con lo que se dice”. Quizás tanta precaución se debía al hecho de estar en una Facultad de Comunicación rodeado de periodistas ávidos de tuitear. No sé si se sentía intimidado o no, lo que sí que sé es que no se le ha notado.

Respuestas rápidas, claras, concisas y enriquecedoras se han sucedido en la hora de conversación con del Bosque: “No convocamos a nadie por dónde ha nacido” o “a David Villa no le recomendaría absolutamente nada, es una decisión personal”, han sido sus respuestas a las preguntas más peliagudas. ¿La clave para ser buen jugador? Saber jugar y emoción: “sin emoción no puedes hacer nada”. ¿La clave para motivar a un equipo de élite? “No sólo es el dinero o el reconocimiento social sino el deber bien cumplido”. En ese sentido afirma que están tranquilos, y que a pesar de que sus gestos y comportamientos no cambiarán tanto si ganan como si pierden, reconoce que si están donde están es por sus buenos resultados. “La victoria es la clave”. Lo que conlleva que cada día que ganan algo, “aumenta su responsabilidad de cara al futuro”.

Ha reconocido su admiración por el centrocampista Sergio Busquets y por Fernando Redondo porque “son capaces de actuar en prejuicio de sí mismos pero en beneficio del equipo”. Y de cara al partido Barça-Madrid de esta noche ha señalado que “los jugadores pueden fallar en el fútbol, pueden fallar en el juego, pero no pueden fallar en el comportamiento”.


Con esta frase lapidaria queda recogida su visión del deporte, así que poco más resta por decir de la breve pero intensa visita del gran entrenador que es del Bosque, quien nos ha confesado antes de marcharse que todo lo que hace, “más que por conocimiento”, lo hace “por experiencia”.

Más allá de los límites


Música ambiental :)

Como buen filósofo analítico, a Bertrand Russell le falta tiempo para señalar, ya en el primer párrafo1, que mediante el estudio de los principios del simbolismo podremos salir de la influencia de un lenguaje que a menudo confunde y lleva a error.


El propósito que persigue en este texto es exponer el concepto de “vaguedad” y probar que “todo el lenguaje es vago”. Para ello se sirve de varios ejemplos ilustrativos como son la palabra “rojo”, en representación de todas aquellas palabras que describen cualidades sensibles, o “calvicie”. Después pasará a las palabras cuantitativas como “segundo” y a los nombres propios, para concluir que todas aquellas palabras en cuya definición intervenga un elemento sensible son vagas. Del mismo modo, explica, las palabras lógicas, por el mero hecho de ser empleadas por personas, también lo son, aunque en menor medida. Expongo estos ejemplos porque considero que es gracias a los mismos por lo que se comprende verdaderamente adónde quiere llevarnos el autor. En efecto, como él mismo afirma, son los casos cotidianos los que prueban la vaguedad de la mayor parte del conocimiento2, y gracias a las referencias a estos el texto capta nuestra atención hasta el final.

Particularmente, encuentro sugerente lo referido a la vaguedad del conocimiento sensorial, tan bien ilustrada con el ejemplo del vaso de agua. Explica cómo hay muchas cosas que aunque no podamos distinguirlas a simple vista, producen, sin embargo, efectos diferentes. En este punto, reconozco la importancia de conocer las limitaciones de nuestro conocimiento. Tenemos que ser conscientes de que no todo es como parece y de que hay que echar mano de un “microscopio” cuando sea necesario, porque por desgracia, muchas veces las consecuencias de la ignorancia pueden ser peores que pescar el tifus.

Ahora bien, aunque estoy de acuerdo con varias de las explicaciones que da para que comprendamos el concepto de “vaguedad”, sin embargo, la sensación tras la lectura ha sido de un cierto desasosiego: ¿en verdad no es posible trazar los límites precisos de ningún concepto? ¿“Delimitar la zona de penumbra”, como afirma Russell? Él señala que “afortunadamente” no lo es, pero discrepo del uso de ese adverbio. Me explico, es cierto que son muchos los conceptos vagos, pero extender la vaguedad a absolutamente todo el conocimiento me parece excesivo. No sé en qué color pensaría Russel cuando escuchaba la palabra “rojo”, pero estoy segura de que en una reunión de personajes de cuento reconocería a Caperucita Roja aunque se le hubiese descolorido la capa con la lluvia. Del mismo modo, dado que, según él, al tratar con la muerte se empieza a desdibujar el concepto “hombre”, me pregunto qué pensaría si al morir le hubiesen plantado en una huerta de albaricoques. Quién sabe si en esa zona de penumbra, en la que las palabras se tornan cuestionables, no podría ser confundido con una fruta. ¡La oscuridad es lo que tiene! A mí sin ir más lejos, me gustaría ser recordada en un futuro como “M. Teresa Ausín Martínez” con independencia del estado de descomposición de mi cuerpo, por lo que no considero necesario que nadie trace el límite en el que la posesión del mismo me fuera arrebatada. Lo que quiero decir es que en la vida real, que es la que cuenta, nadie va a sacarse un reloj de arena del bolsillo para decirnos “ahora sí, a partir de...ya, te llamas M. Teresa”. Si ahí no hay límites es porque tampoco es preciso trazarlos. Me parece angustioso cómo Russell trata de aplicar el concepto de “vaguedad” a absolutamente todo el conocimiento. Resulta curioso ver cómo algunos filósofos -me abstendré de decir un número- encuentran tan complicado limitarse a hacer afirmaciones lógicas y coherentes sin radicalizarlas, en un intento no sé si de innovar o de que se levanten en armas contra ellos.

Al final del texto, Russell señala que “el hecho de que el significado sea una relación multívoca es la manifestación de que todo lenguaje es más o menos vago”3. Sin embargo, y aprovechando para llevar los ejemplos a terrenos empalagosos, lo encuentro matizable. Pongamos el caso de una mirada enamorada: pensemos en ese chico que mira a su compañera de clase como si no hubiese final. Absolutamente todo el mundo se da cuenta, salvo ella. ¿Es una mirada vaga? ¡Todo lo contrario! La vaga es ella, que está tan entretenida hablando por el wassap que ni le ha mirado, y cuando lo ha hecho, tenía la mente en otra parte. En este caso, la mirada era clara, precisa, de amor incondicional, porque esas cosas no se pueden disimular. Por mucho que el chico intentase poner una mirada “vaga” para hacerse el “interesante” no habría podido, estoy segura. No sé si este caso se sale del tema explicado por Russell, pero lanzo una pregunta, y que la coja quien quiera: ¿la vaguedad está solo en el lenguaje o es posible que la incorporemos nosotros con nuestras distintas interpretaciones y percepciones, difuminando unos límites que en muchos casos sí que están?



1B. Russell, “Vaguedad”, Antología Semántica, Ed. Nueva Visión, Buenos aires, 1960. El ensayo hace referencia a este artículo, cuyo título original es “Vagueness”.

2B. Russell, “Vaguedad” p. 23.

3B. Russell, “Vaguedad”, p. 22.