Si uno se plantease sobrevivir a la crisis impartiendo cursos de autoestima le sugiero que no buscase a sus potenciales alumnos ni en el autor del “Tractatus” ni en Moritz Schlick. Y amplío este consejo hacia el resto de filósofos analíticos y positivistas lógicos. Porque si algo me ha quedado claro al leer tanto el prólogo del“Tractatus” de L. Wittgenstein como “El viraje de la filosofía” de M. Schilck es que ninguno de los dos necesita abuela.
Lo más llamativo de estos autores es que creen haber “solucionado
definitivamente lo esencial de los problemas filosóficos”1
y que están “objetivamente justificados”2
para dar por concluido el “estéril conflicto” entre los sistemas
filosóficos anteriores. Los textos en su conjunto continúan en esta
dirección, por lo que guiaré mi argumentación al hilo de estas dos
pretenciosas afirmaciones, centrándome en especial en M. Schlick por
ser quien más lo desarrolla en los documentos seleccionados.
Doy
por hecho que M. Schlick tiene en su casa una enorme papelera y no
dudo de que, además, saca todos los días la basura. Es la única
manera de entender cómo consigue desembarazarse con semejante
ligereza tanto de la metafísica y la teoría del conocimiento en
concreto como de los problemas filosóficos en general.
Probablemente, estos autores aprendieron en las profundidades de la
sabana la filosofía de Timón y Pumba: “Ningún problema debe
hacerte sufrir, lo más fácil es saber decir Hakuna Matata”.
Y es que, sin quitar mérito a su intento de clarificar los
argumentos filosóficos, esto es lo que están haciendo: para evitar
el sufrimiento, le quitamos la escoba a la Cenicienta y a limpiar,
que cenizas hay unas cuantas. ¿Un ejemplo? El absurdo esfuerzo de
los metafísicos por intentar formular el auténtico sentido de la
vida, los porqués finales. ¡Eso no es más que basura, palabras sin
sentido! Metamos todas las grandes preguntas hechas a lo largo de la
historia en el recogedor y sacudámoslo, no vayan a quedar residuos.
La hora del viraje filosófico ha llegado. Perdón, hablemos con
propiedad; del viraje definitivo.
Reconozco
que quizás esté exagerando, pues en el fondo, la labor llevada a
cabo por toda esta corriente de filósofos analíticos a la hora de
clarificar y precisar conceptos y de recordarle a la Reina de las
Ciencias la importancia de la exactitud y el rigor es admirable. Sin
embargo, el aroma que me deja la lectura de sus escritos es este: una
banalización vergonzosa de los grandes problemas planteados durante
siglos no solo por los grandes filósofos, sino por la gente de a
pie. ¿Para qué vivimos? ¿Adónde vamos? ¿Nos diferenciamos del
resto de animales? ¿Hasta dónde podemos conocer? ¿Ceno huevos o
tortilla?
En definitiva, el quid de la cuestión es: ¿pueden ser realmente
barridas estas y tantas otras preguntas vitales, empleando un
concienzudo análisis del lenguaje como escoba? Es más, ¿deben
ser barridas las grandes preguntas cuyas distintas respuestas
orientan y dirigen nuestra vida?
Les invito a detenerse un instante, el instante de reflexión que no
tuvieron los filósofos de bata blanca al barrer este interrogante.
Porque creo que ahí reside su error: la filosofía no es solo un
conjunto de problemas en torno a los cuales no hay consenso, no son
preguntas que después de ser lanzadas al viento son capturadas por
los metafísicos y retorcidas hasta su expiración. La filosofía es
diálogo. Es una conversación en la que todos pueden participar,
porque cada nueva aportación añadirá un matiz distinto a las
anteriores. Evidentemente, no todas las afirmaciones pasarán a la
historia, ni todas serán igualmente válidas, pero eso no conduce a
reducir los grandes filosofemas a su “efectividad histórica”3,
dejando de un lado la objetiva. Porque si lo que uno de los grandes
dijo sirvió para estimular el pensamiento y la búsqueda de la
verdad de otros que vinieron después, solo por eso, llamémosle
X hizo progresar a la filosofía.
El otro día, en clase, estuvimos discutiendo largo rato acerca de si
podemos hablar de progreso en filosofía. Las respuestas fueron ricas
y variadas: “El progreso no se da en la filosofía, sino en cada
filósofo”, “no progresamos, profundizamos”, “son las mismas
preguntas respondidas con distintos planteamientos”, etc. Creo que
el diálogo hubiese sido más claro si nos hubiésemos puesto de
acuerdo acerca de qué entendemos por progreso y en base a eso, dar
nuestra opinión.
La
gran duda era: ¿es necesario una culminación para poder hablar de
progreso? Yo creo que no. En todas las disciplinas hay progresos,
pero eso no implica que lo sepamos todo. Progreso viene del latín
progredior, que significa “avance”.
La filosofía es un
movimiento de pensamiento. Responde a unos problemas y
encuentra otros4.
Puede que haya momentos en los que parezca que se “retrocede”
pero porque se está entrando a fondo en los problemas, dando nuevas
visiones, pero en verdad, eso no es otra cosa que “tirar p´alante”.
El mito de la caverna de Platón hizo progresar a la filosofía, el
sapere audem de Sócrates, la metafísica de Aristóteles, el
cogito ergo sum de Descartes, la crítica al principio de
causalidad de Hume. Todos ellos, más acertados o menos, han hecho
correr ríos de tinta, han estimulado futuros debates y
conversaciones filosóficas, han traspasado los siglos y al llegar
hasta nosotros nos han hecho pensar. Puede que algunos dijesen
disparates, pero disparates con respuestas proyectadas hacia el
futuro.
Si lo
que los filósofos analíticos buscaban con su viraje era un cambio,
ese cambio, ese avance, llevaba siglos produciéndose. Comenzó
cuando alguien se hizo la primera pregunta y diga lo que diga M.
Schlick, estoy segura de que para ese alguien, la pregunta tenía
sentido.
1.
L. Wittgenstein, “Prólogo” Tractatus Logico-Philosophicus
(1922). Traducción castellana de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera.
Alianza, Madrid, 2003, pp. 47-48.
2.
M. Schlick, “El viraje de la filosofía”. Texto original: “Die
Wende der Philophie”, primer libro del volumen I de Erkenntnis
(1930/31).
3.
M.. Sclick, “El viraje de la filosofía”.
4.
Esta reflexión recoge lo comentado en la clase de Filosofía del
Lenguaje de la Universidad de Navarra impartida por Jaime Nubiola.