viernes, 1 de marzo de 2013

¿Quién necesita abuela?

Música ambiental :)

Si uno se plantease sobrevivir a la crisis impartiendo cursos de autoestima le sugiero que no buscase a sus potenciales alumnos ni en el autor del “Tractatus” ni en Moritz Schlick. Y amplío este consejo hacia el resto de filósofos analíticos y positivistas lógicos. Porque si algo me ha quedado claro al leer tanto el prólogo del“Tractatus” de L. Wittgenstein como “El viraje de la filosofía” de M. Schilck es que ninguno de los dos necesita abuela.
Lo más llamativo de estos autores es que creen haber “solucionado definitivamente lo esencial de los problemas filosóficos”1 y que están “objetivamente justificados”2 para dar por concluido el “estéril conflicto” entre los sistemas filosóficos anteriores. Los textos en su conjunto continúan en esta dirección, por lo que guiaré mi argumentación al hilo de estas dos pretenciosas afirmaciones, centrándome en especial en M. Schlick por ser quien más lo desarrolla en los documentos seleccionados.
Doy por hecho que M. Schlick tiene en su casa una enorme papelera y no dudo de que, además, saca todos los días la basura. Es la única manera de entender cómo consigue desembarazarse con semejante ligereza tanto de la metafísica y la teoría del conocimiento en concreto como de los problemas filosóficos en general.
Probablemente, estos autores aprendieron en las profundidades de la sabana la filosofía de Timón y Pumba: “Ningún problema debe hacerte sufrir, lo más fácil es saber decir Hakuna Matata”. Y es que, sin quitar mérito a su intento de clarificar los argumentos filosóficos, esto es lo que están haciendo: para evitar el sufrimiento, le quitamos la escoba a la Cenicienta y a limpiar, que cenizas hay unas cuantas. ¿Un ejemplo? El absurdo esfuerzo de los metafísicos por intentar formular el auténtico sentido de la vida, los porqués finales. ¡Eso no es más que basura, palabras sin sentido! Metamos todas las grandes preguntas hechas a lo largo de la historia en el recogedor y sacudámoslo, no vayan a quedar residuos. La hora del viraje filosófico ha llegado. Perdón, hablemos con propiedad; del viraje definitivo.
Reconozco que quizás esté exagerando, pues en el fondo, la labor llevada a cabo por toda esta corriente de filósofos analíticos a la hora de clarificar y precisar conceptos y de recordarle a la Reina de las Ciencias la importancia de la exactitud y el rigor es admirable. Sin embargo, el aroma que me deja la lectura de sus escritos es este: una banalización vergonzosa de los grandes problemas planteados durante siglos no solo por los grandes filósofos, sino por la gente de a pie. ¿Para qué vivimos? ¿Adónde vamos? ¿Nos diferenciamos del resto de animales? ¿Hasta dónde podemos conocer? ¿Ceno huevos o tortilla?
 
En definitiva, el quid de la cuestión es: ¿pueden ser realmente barridas estas y tantas otras preguntas vitales, empleando un concienzudo análisis del lenguaje como escoba? Es más, ¿deben ser barridas las grandes preguntas cuyas distintas respuestas orientan y dirigen nuestra vida?
Les invito a detenerse un instante, el instante de reflexión que no tuvieron los filósofos de bata blanca al barrer este interrogante. Porque creo que ahí reside su error: la filosofía no es solo un conjunto de problemas en torno a los cuales no hay consenso, no son preguntas que después de ser lanzadas al viento son capturadas por los metafísicos y retorcidas hasta su expiración. La filosofía es diálogo. Es una conversación en la que todos pueden participar, porque cada nueva aportación añadirá un matiz distinto a las anteriores. Evidentemente, no todas las afirmaciones pasarán a la historia, ni todas serán igualmente válidas, pero eso no conduce a reducir los grandes filosofemas a su “efectividad histórica”3, dejando de un lado la objetiva. Porque si lo que uno de los grandes dijo sirvió para estimular el pensamiento y la búsqueda de la verdad de otros que vinieron después, solo por eso, llamémosle X hizo progresar a la filosofía.
El otro día, en clase, estuvimos discutiendo largo rato acerca de si podemos hablar de progreso en filosofía. Las respuestas fueron ricas y variadas: “El progreso no se da en la filosofía, sino en cada filósofo”, “no progresamos, profundizamos”, “son las mismas preguntas respondidas con distintos planteamientos”, etc. Creo que el diálogo hubiese sido más claro si nos hubiésemos puesto de acuerdo acerca de qué entendemos por progreso y en base a eso, dar nuestra opinión.
La gran duda era: ¿es necesario una culminación para poder hablar de progreso? Yo creo que no. En todas las disciplinas hay progresos, pero eso no implica que lo sepamos todo. Progreso viene del latín progredior, que significa “avance”.
 La filosofía es un movimiento de pensamiento. Responde a unos problemas y encuentra otros4. Puede que haya momentos en los que parezca que se “retrocede” pero porque se está entrando a fondo en los problemas, dando nuevas visiones, pero en verdad, eso no es otra cosa que “tirar p´alante”. El mito de la caverna de Platón hizo progresar a la filosofía, el sapere audem de Sócrates, la metafísica de Aristóteles, el cogito ergo sum de Descartes, la crítica al principio de causalidad de Hume. Todos ellos, más acertados o menos, han hecho correr ríos de tinta, han estimulado futuros debates y conversaciones filosóficas, han traspasado los siglos y al llegar hasta nosotros nos han hecho pensar. Puede que algunos dijesen disparates, pero disparates con respuestas proyectadas hacia el futuro.
Si lo que los filósofos analíticos buscaban con su viraje era un cambio, ese cambio, ese avance, llevaba siglos produciéndose. Comenzó cuando alguien se hizo la primera pregunta y diga lo que diga M. Schlick, estoy segura de que para ese alguien, la pregunta tenía sentido.
1. L. Wittgenstein, “Prólogo” Tractatus Logico-Philosophicus (1922). Traducción castellana de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera. Alianza, Madrid, 2003, pp. 47-48.
2. M. Schlick, “El viraje de la filosofía”. Texto original: “Die Wende der Philophie”, primer libro del volumen I de Erkenntnis (1930/31).
3. M.. Sclick, “El viraje de la filosofía”.
4. Esta reflexión recoge lo comentado en la clase de Filosofía del Lenguaje de la Universidad de Navarra impartida por Jaime Nubiola.