martes, 23 de abril de 2013

Se acercan los exámenes...



Don´t panic! Organize.

¡Mucha mierda!

 
Fotografía tomada momentos antes del estreno del musical "El Patito Feo". De Santiago González-Barros.
 

El pasado mes de febrero se estrenó en la Universidad de Navarra el musical "El Patito Feo", una adaptación del clásico de Christian Andersen. Antes de cada actuación, todos los actores y equipo de realización nos reuníamos con la directora para gritar al unísono "mucha mierda". Como desconozco la jerga teatral, investigué a cuento de qué se dice esa frase malsonante y aquí tengo la respuesta:
 
 
La expresión "mucha mierda" es equivalente a “buena suerte" en la puesta en escena.


El origen de esta frase es controvertido. La explicación más conocida es que  cuando se iba al teatro en carruajes, el éxito de las puestas en escena se podía medir por la cantidad de excremento que aparecía en la calle. También se afirma que proviene del francés "merde", por la costumbre de los nativos de este país de pronunciar esta palabra en señal de éxito, debido a una superstición en la que desear "buena suerte" causaría el efecto contrario.
Y la última de las explicaciones proviene de la Edad Media: los actores ambulantes decidían actuar en un lugar cuando veían las calles llenas de heces, lo que significabaa que había feria y elevadas posibilidades de contar con un gran número de público.

 
 
Fuente:
 
CARMEN ROSA PACHECO CARPIO
LUIS ENRIQUE SUÁREZ
AMARILYS DE LA C. LEÓN PAREDES
Universidad de Pinar del Río, Cuba
carmen@fcsh.upr.edu.cu, pacheco@comercio.vega.inf.cu
Estudio léxico-semántico de la jerga teatral


Para más información, os dejo aquí el enlace de un programa de radio elaborado íntegramente por Carmen Arroyo, Franki Puig y M. Teresa Ausín acerca del musical bajo el argumento: " El teatro ayuda a comprender la vida" (Directora del musical, Laura  Laiglesia)
 
                          
 
 




 
  


 
 
 

 




 

 

 

 

 


 


¿Por qué nos confunden con ardillas?


  Música de ambiente :)
 

Con franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer los tres ensayos1, pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.

Un buen comienzo para adentrarnos en el fascinante mundo de la verdad y la Filosofía puede tomarse del artículo “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista2, de Jaime Nubiola.
San Agustín cuenta en Las confesiones que, aunque en su vida había tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que deseara ser engañado. En cierto sentido, quienes no desean ser engañados aman ya la verdad y tienen por tanto alguna noticia de ella3. Con ello estoy afirmando de nuevo la tesis de que el mejor marco para adentrarse en el análisis de la verdad es identificando la verdad, no como el resultado sofisticado de una teoría lógica, sino como aquello que siempre buscamos. Me parece que esta perspectiva se encuentra en sintonía con la experiencia práctica de cualquiera que se dedique a la docencia. El factor decisivo del crecimiento de los estudiantes es siempre su afán de verdad, la voluntad de saber[…]

Con esa sencilla frase en negrita queda todo dicho. No importa si hablamos de un filósofo pragmatista, científico de bata blanca o un relativista redomado, porque por el simple hecho de no desear ser engañado, el susodicho ama la verdad. El filósofo, por tanto, no debería ser considerado un bicho raro, un humano con antenas extraterrestres escondidas debajo del sombrero y que camina sosteniéndose el mentón escondido bajo una espesa y larga barba. Porque el filósofo es un buscador de la verdad, y si se dedica profesionalmente a ello, es un afortunado que puede emplear su tiempo en algo esencial. Tiempo del que no dispone la gran mayoría por dedicarse a tantas otras cosas -no menos importantes-. De ahí que repita: afortunado.
Sin embargo, este adjetivo no sería el empleado por esa gran mayoría. Por eso me atrajo tanto el título del ensayo de Quine: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”4 Porque hay algo que todo aspirante a filósofo debe preguntarse: ¿por qué somos confundidos con ardillas?
 

Si saliésemos a la calle a preguntar al tuntún qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no díganselo a Tales de Mileto. 
Hilary Putman hablaba de una “filosofía responsable” como aquella que deberá extraer la conexión existente entre los problemas de los filósofos y los de los varones y mujeres5. Y en efecto, ésa es nuestra misión: bajar a la tierra y no buscar la verdad solo para nosotros, sino además, acercársela al resto en un lenguaje inteligible. No se trata de servírsela en bandeja, porque la verdad no es un filete con guarnición, sino de darles la mano para que ellos mismos se adentren en esa búsqueda.
Quine, hablando de la popularización de la física moderna, señala que “un buen filósofo que sea un hábil expositor podría hacer lo mismo con la filosofía técnica habitual.” Pero que esa labor “requeriría arte, porque no todo lo que es filosóficamente importante es necesariamente de interés común, ni siquiera cuando se expone con claridad y en su lugar”6. Y como yo no podía terminar el último de los ensayos sin haber hablado de la docencia, diré de que esos grandísimos artistas son los buenos filósofos y comunicadores en particular y los profesores en general.
Estoy pensando concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos, entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de esos profesores que preferían darles un montón de folios importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede denominársele arte, y a ellos, artistas.

1 W. V. O. Quine: "¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?" (1981). J. Nubiola: "La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista", Tópicos 8-9 (2001). R. Bernstein: "El resurgir del pragmatismo", Philosophica Malacitana supl. nº 1 (1993), pp. 11-30.

2 J. Nubiola, “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”.
3 San Agustín: Confesiones, X, 23, 33. Cfr. C. Cardona: "Querer la verdad", Escritos Arvo, nº 128, XII (1992); Juan Pablo II: Fides et ratio, 1998, n. 25.
4W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).
5 J. Harlan: "Entrevista con Hilary Putnam, Acerca de la mente, el significado y la realidad", Atlántida 4 (1993), 80-81.
6W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).

Puré de patata


Música ambiental :)

                

Cuando te acostumbras a leer textos filosóficos que podrías guardar en el arca perdida junto con otro par de jeroglíficos, crees soñar al toparte con ensayos como este1. ¡Lo entiendo! Es más, ¡estoy de acuerdo! Inmediatamente después coges el taco de folios, lo levantas y lo pones a contraluz. Tiene que haber algún truco. ¿Cómo pueden estos autores leerme la mente y transcribirla con palabras tan precisas? Igual es al revés, yo les he leído la mente a ellos, o mejor dicho, he leído sus textos. Pero bueno, independientemente de quién posea poderes sobrenaturales, todos estamos de acuerdo.

Antes de leer el ensayo y sabiendo lo que defendía, di por hecho que no iba a tener ningún problema en escribir ochocientas palabras -y las que hiciese falta- con tal de criticar el relativismo moral que nos invade. Opinar sobre lo no opinable. ¡Cómo nos gusta!

La opinión, amiga de todos y de nadie. La opinión apodada de verdad. Nos la pasamos unos a otros como una patata caliente. Esta es la mía, esta la tuya, y no la toques, que te quemas. Respeto, tolerancia. Todas las patatas están buenas. ¿Que tú quieres echarle sal? Perfecto. Tú te la vas a comer. Ojo, que se te va la mano con el salero, que el último que lo cogió lo dejó medio abierto... ¡Calla! Es asunto mío, mi patata está sosa. Tú cómete la tuya y deja comer a los demás. ¡Me vas a decir tú a mí cómo comer mi patata! Tolerancia, convivencia. El salero se ha abierto. Adiós, patata. Lo siento, pero no todas saben igual. Esta ya no hay quien la coma. Respeto, claro. Pero habrá que pedir una ensalada para cenar.
Acongojada, guardo mi cuaderno de recetas. Quería aprender a cocinar, mejorar mis ideas culinarias. Sabía que había mucha gente invitada al banquete, gente muy distinta que podría ayudarme, pero ayudarme, ¿a qué? A cocinar bien, pensaba. ¿Bien? ¡Qué chica tan idealista! Cada uno cocina como quiere, y si vienes de invitado, te comes lo que te pongan. “Bien” estará si a ti te gusta, pero bien bien... así como para todos, ¡es mucho pedir! Tolerancia.
A no ser que venga la abuela Ciencia y nos explique cómo remover el puchero. Amén. ¡Es la madre de la sabiduría! Y nosotros somos sus nietos, así que ni media palabra. Si queremos jugar, podemos tirarnos las patatas a la cara: están blanditas. De hecho, la mayoría de las veces son solo piel.
Reconozco que “tolerancia” es una palabra bonita, pero está tan manoseada que tengo que cogerla con pinzas. No me gusta disfrazar los términos, vestir de gala a pobres palabras como “relativismo perspectivista”. Nos gusta eludir responsabilidades, mojarnos lo justo y luego ponernos la toalla de la “convivencia democrática”. Personalmente, prefiero el “diálogo racional”: va con vaqueros y de frente.


La filosofía lleva siglos girando como una peonza. “Hacia adelante, hacia atrás, hacia el medio y pá dentro”, como decía mi abuelo para darme el puré. Se han cometido muchos fallos, se han dicho muchas barbaridades, pero el acrobático giro pragmatista de los filósofos analíticos es de esos que hay que volver a ver y releer a cámara lenta.

Ahora mismo tengo un problema: unos folios – los del ensayo de J.Nubiola: “Pragmatismos y relativismo: C.S. Peirce y R. Rorty”- llenos de corazones. Como corazones es lo único que sé dibujar, suelo llenar los márgenes de los textos que me gustan con lo único que me permite mi escasa capacidad artística: corazones de todos los tamaños.
Como dije arriba, antes de leer el ensayo pensaba que sería fácil escribir a raíz del mismo. Pero cuando tienes comentarios que hacer de los siete folios, te bloqueas y no sabes por dónde empezar. Y como dicen, la avaricia rompe el saco. De mi saco se han salido ya un montón de frases lapidarias que no caben en este ensayo. Así que me quedaré con un puñado de ellas, las que me quepan.
Para empezar, aquello que dicen los filósofos pragmatistas de que “la filosofía que se aparte de los genuinos problemas humanos es un lujo que no podemos permitirnos”, o la frase de Dewey de que “la filosofía se recupera a sí misma (…) cuando se convierte en un método, cultivado por filósofos, para ocuparse de los problemas de los hombres”2, son frases que lees y dices: ¡Por fin! Por no mencionar todas las referidas al papel de la filosofía en este nuevo siglo: el de aunar el rigor lógico con la relevancia humana3.
Pero no es hasta que resumen tus ideas del último ensayo, cuando exclamas: ¡socorro! Me refiero al tema del “falibilismo social”. Admitiendo, de entrada, que errar es humano, explican: “El investigador forma parte de una comunidad expandida en el espacio y en el tiempo a la que contribuye con sus aciertos e incluso con sus fracasos, pues estos sirven a otros para llegar más lejos que él”4. ¿Qué más podemos decir el resto de mortales cuando saben en expresar en tres líneas lo que yo diría en treinta?
Y así llegan al problema de la verdad: “Hablar de la verdad, así sin adjetivos (…) comienza a ser considerado como algo de mal gusto”5. En definitiva, mi patata, tu patata. ¡Qué triste banquete!
Triste, pero real. En esta situación hemos terminado, y efectivamente, es necesario un giro: busquemos entre todos las mejores patatas, las más grandes y sabrosas, ¡no sirve cualquiera! Y mejoremos juntos las recetas. Nos saldrá unas veces mejor y otras peor, pero solo así llegaremos algún día a preparar un buen puré de patata.
1J. Nubiola, “Pragmatismo y relativismo: C. S. Peirce y R. Rorty”. Publicado en Unica, Revista de Artes y Humanidades de la Universidad Católica Cecilio Acosta, II/3,2001, pp.9-21. http://www.unav.es/users/Articulo58a.html
2J. Dewey, John escribió esta frase en The Need of a Recovery of Philosophy.
3J. Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp 6.
4S. Haack, “Pragmatism”, en N. Bunnin y E.P. Tsui-James, eds. The Blackwell Companion to Philosophy, Oxford, Blackwell, 1996, 637.
5J. Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp 5.