Fotografía tomada momentos antes del estreno del musical "El Patito Feo". De Santiago González-Barros.
El pasado mes de febrero se estrenó en la Universidad de Navarra el musical "El Patito Feo", una adaptación del clásico de Christian Andersen. Antes de cada actuación, todos los actores y equipo de realización nos reuníamos con la directora para gritar al unísono "mucha mierda". Como desconozco la jerga teatral, investigué a cuento de qué se dice esa frase malsonante y aquí tengo la respuesta:
La expresión "mucha mierda" es equivalente a “buena suerte" en la puesta en escena.
El origen de esta frase es controvertido. La explicación más conocida es que cuando se iba al teatro en carruajes, el éxito de las puestas en escena se podía medir por la cantidad de excremento que aparecía en la calle. También se afirma que proviene del francés "merde", por la costumbre de los nativos de este país de pronunciar esta palabra en señal de éxito, debido a una superstición en la que desear "buena suerte" causaría el efecto contrario.
Y la última de las explicaciones proviene de la Edad Media: los actores ambulantes decidían actuar en un lugar cuando veían las calles llenas de heces, lo que significabaa que había feria y elevadas posibilidades de contar con un gran número de público.
Para más información, os dejo aquí el enlace de un programa de radio elaborado íntegramente por Carmen Arroyo, Franki Puig y M. Teresa Ausín acerca del musical bajo el argumento: " El teatro ayuda a comprender la vida" (Directora del musical, Laura Laiglesia)
Con
franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero
escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin
control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar
cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer
los tres ensayos1,
pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la
cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.
San Agustín cuenta en Las
confesiones que, aunque en su vida había
tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que
deseara ser engañado. En cierto sentido,
quienes
no desean ser engañados aman ya la verdad y tienen por tanto alguna
noticia de ella3.
Con ello estoy afirmando de nuevo la tesis de que el mejor marco para
adentrarse en el análisis de la verdad es identificando la verdad,
no como el resultado sofisticado de una teoría lógica, sino como
aquello que siempre buscamos. Me parece que esta perspectiva se
encuentra en sintonía con la experiencia práctica de cualquiera que
se dedique a la docencia. El factor decisivo del crecimiento de los
estudiantes es siempre su afán de verdad, la voluntad de saber[…]
Con
esa sencilla frase en negrita queda todo dicho. No importa si
hablamos de un filósofo pragmatista, científico de bata blanca o un
relativista redomado, porque por el simple hecho de no desear ser
engañado, el susodicho ama la verdad. El filósofo, por tanto, no
debería ser considerado un bicho raro, un humano con antenas
extraterrestres escondidas debajo del sombrero y que camina
sosteniéndose el mentón escondido bajo una espesa y larga barba.
Porque el filósofo es un buscador de la verdad, y si se dedica
profesionalmente a ello, es un afortunado que puede emplear su tiempo
en algo esencial. Tiempo del que no dispone la gran mayoría por
dedicarse a tantas otras cosas -no menos importantes-. De ahí que
repita: afortunado.
Sin embargo, este
adjetivo no sería el empleado por esa gran mayoría. Por eso me
atrajo tanto el título del ensayo de Quine: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”4
Porque hay algo que todo aspirante a filósofo debe preguntarse: ¿por
qué somos confundidos con ardillas?
Si saliésemos a
la calle a preguntar al tuntún
qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación
más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a
las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el
infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que
cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se
quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que
les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva
el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han
olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran
a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no
díganselo a Tales de Mileto.
Hilary Putman
hablaba de una “filosofía responsable” como aquella que deberá
extraer la conexión existente entre los problemas de los filósofos
y los de los varones y mujeres5.
Y en efecto, ésa es nuestra misión: bajar a la tierra y no buscar
la verdad solo para nosotros, sino además, acercársela al resto en
un lenguaje inteligible. No se trata de servírsela en bandeja,
porque la verdad no es un filete con guarnición, sino de darles la
mano para que ellos mismos se adentren en esa búsqueda.
Quine, hablando
de la popularización de la física moderna, señala que “un buen
filósofo que sea un hábil expositor podría hacer lo mismo con la
filosofía técnica habitual.” Pero que esa labor “requeriría
arte, porque no todo lo que es filosóficamente importante es
necesariamente de interés común, ni siquiera cuando se expone con
claridad y en su lugar”6.
Y como yo no podía terminar el último de los ensayos sin haber
hablado de la docencia, diré de que esos grandísimos artistas son
los buenos filósofos y comunicadores en particular y los profesores
en general.
Estoy pensando
concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que
debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos,
entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que
les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo
decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio
por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en
la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por
algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas
cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que
fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no
profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes
obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin
embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese
autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me
parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a
Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de
esos profesores que preferían darles un montón de folios
importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden
imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos
estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para
hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi
admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de
lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para
alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de
verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la
materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede
denominársele arte, y a ellos, artistas.
2
J. Nubiola, “La búsqueda de la verdad en la tradición
pragmatista”.
3San Agustín: Confesiones,
X, 23, 33. Cfr. C. Cardona: "Querer la verdad", Escritos
Arvo, nº 128, XII (1992); Juan Pablo II:
Fides et ratio, 1998,
n. 25.
4W.V.
Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard
U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F.
Barrena).
5
J. Harlan: "Entrevista con Hilary Putnam, Acerca de la mente,
el significado y la realidad", Atlántida 4 (1993),
80-81.
6W.V.
Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard
U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F.
Barrena).
Cuando te acostumbras a leer textos filosóficos que podrías
guardar en el arca perdida junto con otro par de jeroglíficos, crees
soñar al toparte con ensayos como este1.
¡Lo entiendo! Es más, ¡estoy de acuerdo! Inmediatamente después
coges el taco de folios, lo levantas y lo pones a contraluz. Tiene
que haber algún truco. ¿Cómo pueden estos autores leerme la mente
y transcribirla con palabras tan precisas? Igual es al revés, yo les
he leído la mente a ellos, o mejor dicho, he leído sus textos. Pero
bueno, independientemente de quién posea poderes sobrenaturales,
todos estamos de acuerdo.
Antes de leer el ensayo y sabiendo lo que
defendía, di por hecho que no iba a tener ningún problema en
escribir ochocientas palabras -y las que hiciese falta- con tal de
criticar el relativismo moral que nos invade. Opinar sobre lo no
opinable. ¡Cómo nos gusta!
La
opinión, amiga de todos y de nadie. La opinión apodada de verdad.
Nos la pasamos unos a otros como una patata caliente. Esta es la mía,
esta la tuya, y no la toques, que te quemas. Respeto, tolerancia.
Todas las patatas están buenas. ¿Que tú quieres echarle sal?
Perfecto. Tú te la vas a comer. Ojo, que se te va la mano con el
salero, que el último que lo cogió lo dejó medio abierto...
¡Calla! Es asunto mío, mi patata está sosa. Tú cómete la tuya y
deja comer a los demás. ¡Me vas a decir tú a mí cómo comer mi
patata! Tolerancia, convivencia. El salero se ha abierto. Adiós,
patata. Lo siento, pero no todas saben igual. Esta ya no hay quien la
coma. Respeto, claro. Pero habrá que pedir una ensalada para cenar.
Acongojada, guardo mi cuaderno de recetas. Quería aprender a
cocinar, mejorar mis ideas culinarias. Sabía que había mucha gente
invitada al banquete, gente muy distinta que podría ayudarme, pero
ayudarme, ¿a qué? A cocinar bien, pensaba. ¿Bien? ¡Qué chica tan
idealista! Cada uno cocina como quiere, y si vienes de invitado, te
comes lo que te pongan. “Bien” estará si a ti te gusta, pero
bien bien... así como para todos, ¡es mucho pedir! Tolerancia.
A no
ser que venga la abuela Ciencia y nos explique cómo remover el
puchero. Amén. ¡Es la madre de la sabiduría! Y nosotros somos sus
nietos, así que ni media palabra. Si queremos jugar, podemos
tirarnos las patatas a la cara: están blanditas. De hecho, la
mayoría de las veces son solo piel.
Reconozco que “tolerancia” es una palabra bonita, pero está tan
manoseada que tengo que cogerla con pinzas. No me gusta disfrazar los
términos, vestir de gala a pobres palabras como “relativismo
perspectivista”. Nos gusta eludir responsabilidades, mojarnos lo
justo y luego ponernos la toalla de la “convivencia democrática”.
Personalmente, prefiero el “diálogo racional”: va con vaqueros y
de frente.
La
filosofía lleva siglos girando como una peonza. “Hacia adelante,
hacia atrás, hacia el medio y pá dentro”, como decía mi
abuelo para darme el puré. Se han cometido muchos fallos, se han
dicho muchas barbaridades, pero el acrobático giro pragmatista de
los filósofos analíticos es de esos que hay que volver a ver y
releer a cámara lenta.
Ahora mismo tengo un problema: unos folios – los del ensayo de J.Nubiola: “Pragmatismos y relativismo: C.S. Peirce y R. Rorty”-
llenos de corazones. Como corazones es lo único que sé dibujar,
suelo llenar los márgenes de los textos que me gustan con lo único
que me permite mi escasa capacidad artística: corazones de todos los
tamaños.
Como
dije arriba, antes de leer el ensayo pensaba que sería fácil
escribir a raíz del mismo. Pero cuando tienes comentarios que hacer
de los siete folios, te bloqueas y no sabes por dónde empezar. Y
como dicen, la avaricia rompe el saco. De mi saco se han salido ya un
montón de frases lapidarias que no caben en este ensayo. Así que me
quedaré con un puñado de ellas, las que me quepan.
Para
empezar, aquello que dicen los filósofos pragmatistas de que “la
filosofía que se aparte de los genuinos problemas humanos es un lujo
que no podemos permitirnos”, o la frase de Dewey de que “la
filosofía se recupera a sí misma (…) cuando se convierte en un
método, cultivado por filósofos, para ocuparse de los problemas de
los hombres”2,
son frases que lees y dices: ¡Por fin! Por no mencionar todas las
referidas al papel de la filosofía en este nuevo siglo: el de aunar
el rigor lógico con la relevancia humana3.
Pero
no es hasta que resumen tus ideas del último ensayo, cuando
exclamas: ¡socorro! Me refiero al tema del “falibilismo social”.
Admitiendo, de entrada, que errar es humano, explican: “El
investigador forma parte de una comunidad expandida en el espacio y
en el tiempo a la que contribuye con sus aciertos e incluso con sus
fracasos, pues estos sirven a otros para llegar más lejos que él”4.
¿Qué más podemos decir el resto de mortales cuando saben en
expresar en tres líneas lo que yo diría en treinta?
Y
así llegan al problema de la verdad: “Hablar de la verdad, así
sin adjetivos (…) comienza a ser considerado como algo de mal
gusto”5.
En definitiva, mi patata, tu patata. ¡Qué triste banquete!
Triste, pero real. En esta situación hemos terminado, y
efectivamente, es necesario un giro: busquemos entre todos las
mejores patatas, las más grandes y sabrosas, ¡no sirve cualquiera!
Y mejoremos juntos las recetas. Nos saldrá unas veces mejor y otras
peor, pero solo así llegaremos algún día a preparar un buen
puré de patata.
1J.
Nubiola, “Pragmatismo y relativismo: C. S. Peirce y R. Rorty”.
Publicado en Unica, Revista de Artes y Humanidades de la
Universidad Católica Cecilio Acosta, II/3,2001, pp.9-21. http://www.unav.es/users/Articulo58a.html
2J.
Dewey, John escribió esta frase en The Need of a Recovery of
Philosophy.
3J.
Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp
6.
4S.
Haack, “Pragmatism”, en N. Bunnin y E.P. Tsui-James, eds. The
Blackwell Companion to Philosophy, Oxford, Blackwell, 1996, 637.
5J.
Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp
5.