martes, 16 de julio de 2013

Presentación de la sección "Filosofía del Lenguaje"

Aquí van cuatro ensayos relacionados con la Filosofía del Lenguaje.

¿Qué qué es eso? El estudio de la relación entre: el lenguaje, el pensamiento y el mundo.

Abrí este blog gracias a esta asignatura así que, ¡qué menos que dedicarle una sección!

He de reconocer que los cuatro ensayos que veréis a continuación son demasiados largos para el formato de un blog, y por tanto, pesados y difíciles de leer, pero en verano hay tiempo para estas cosas... y nunca se sabe a quién puede llegar a interesarle, así que ¡ahí van!

Y para los que no se aburren tanto... iré publicando los temas que más me gustan de esta rama de investigación filosófica.

Presentación del Blog


Por esas voces que ni entendemos ni sabemos explicar pero nos susurran al oído y nos impiden dormir.
Por esas palabras que sabíamos que lo arreglarían todo y no fuimos capaces de pronunciar.
Por esas montañas de arena que se desvanecen una vez escritas.
 
Por eso necesitamos escribir. Para que las voces griten y se dejen atrapar, para que las palabras sean escuchadas y los problemas aparentemente indisolubles se reduzcan a un puñado de arena. Porque hay miles de palabras que chillan en nuestra mente tan alto que no logramos entenderlas, pero que una vez escritas, nos liberan y nos dejan respirar.
 
¿Abracadabra? Demasiado fácil.
Encontrar esas palabras mágicas no es tarea de un mago. Pero sí de un escritor. ¿De quién? De todo aquel que disfrute sentándose delante de una hoja de papel en blanco con ganas de escuchar y dejar un rastro. Un rastro de tinta.




martes, 23 de abril de 2013

Se acercan los exámenes...



Don´t panic! Organize.

¡Mucha mierda!

 
Fotografía tomada momentos antes del estreno del musical "El Patito Feo". De Santiago González-Barros.
 

El pasado mes de febrero se estrenó en la Universidad de Navarra el musical "El Patito Feo", una adaptación del clásico de Christian Andersen. Antes de cada actuación, todos los actores y equipo de realización nos reuníamos con la directora para gritar al unísono "mucha mierda". Como desconozco la jerga teatral, investigué a cuento de qué se dice esa frase malsonante y aquí tengo la respuesta:
 
 
La expresión "mucha mierda" es equivalente a “buena suerte" en la puesta en escena.


El origen de esta frase es controvertido. La explicación más conocida es que  cuando se iba al teatro en carruajes, el éxito de las puestas en escena se podía medir por la cantidad de excremento que aparecía en la calle. También se afirma que proviene del francés "merde", por la costumbre de los nativos de este país de pronunciar esta palabra en señal de éxito, debido a una superstición en la que desear "buena suerte" causaría el efecto contrario.
Y la última de las explicaciones proviene de la Edad Media: los actores ambulantes decidían actuar en un lugar cuando veían las calles llenas de heces, lo que significabaa que había feria y elevadas posibilidades de contar con un gran número de público.

 
 
Fuente:
 
CARMEN ROSA PACHECO CARPIO
LUIS ENRIQUE SUÁREZ
AMARILYS DE LA C. LEÓN PAREDES
Universidad de Pinar del Río, Cuba
carmen@fcsh.upr.edu.cu, pacheco@comercio.vega.inf.cu
Estudio léxico-semántico de la jerga teatral


Para más información, os dejo aquí el enlace de un programa de radio elaborado íntegramente por Carmen Arroyo, Franki Puig y M. Teresa Ausín acerca del musical bajo el argumento: " El teatro ayuda a comprender la vida" (Directora del musical, Laura  Laiglesia)
 
                          
 
 




 
  


 
 
 

 




 

 

 

 

 


 


¿Por qué nos confunden con ardillas?


  Música de ambiente :)
 

Con franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer los tres ensayos1, pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.

Un buen comienzo para adentrarnos en el fascinante mundo de la verdad y la Filosofía puede tomarse del artículo “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista2, de Jaime Nubiola.
San Agustín cuenta en Las confesiones que, aunque en su vida había tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que deseara ser engañado. En cierto sentido, quienes no desean ser engañados aman ya la verdad y tienen por tanto alguna noticia de ella3. Con ello estoy afirmando de nuevo la tesis de que el mejor marco para adentrarse en el análisis de la verdad es identificando la verdad, no como el resultado sofisticado de una teoría lógica, sino como aquello que siempre buscamos. Me parece que esta perspectiva se encuentra en sintonía con la experiencia práctica de cualquiera que se dedique a la docencia. El factor decisivo del crecimiento de los estudiantes es siempre su afán de verdad, la voluntad de saber[…]

Con esa sencilla frase en negrita queda todo dicho. No importa si hablamos de un filósofo pragmatista, científico de bata blanca o un relativista redomado, porque por el simple hecho de no desear ser engañado, el susodicho ama la verdad. El filósofo, por tanto, no debería ser considerado un bicho raro, un humano con antenas extraterrestres escondidas debajo del sombrero y que camina sosteniéndose el mentón escondido bajo una espesa y larga barba. Porque el filósofo es un buscador de la verdad, y si se dedica profesionalmente a ello, es un afortunado que puede emplear su tiempo en algo esencial. Tiempo del que no dispone la gran mayoría por dedicarse a tantas otras cosas -no menos importantes-. De ahí que repita: afortunado.
Sin embargo, este adjetivo no sería el empleado por esa gran mayoría. Por eso me atrajo tanto el título del ensayo de Quine: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”4 Porque hay algo que todo aspirante a filósofo debe preguntarse: ¿por qué somos confundidos con ardillas?
 

Si saliésemos a la calle a preguntar al tuntún qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no díganselo a Tales de Mileto. 
Hilary Putman hablaba de una “filosofía responsable” como aquella que deberá extraer la conexión existente entre los problemas de los filósofos y los de los varones y mujeres5. Y en efecto, ésa es nuestra misión: bajar a la tierra y no buscar la verdad solo para nosotros, sino además, acercársela al resto en un lenguaje inteligible. No se trata de servírsela en bandeja, porque la verdad no es un filete con guarnición, sino de darles la mano para que ellos mismos se adentren en esa búsqueda.
Quine, hablando de la popularización de la física moderna, señala que “un buen filósofo que sea un hábil expositor podría hacer lo mismo con la filosofía técnica habitual.” Pero que esa labor “requeriría arte, porque no todo lo que es filosóficamente importante es necesariamente de interés común, ni siquiera cuando se expone con claridad y en su lugar”6. Y como yo no podía terminar el último de los ensayos sin haber hablado de la docencia, diré de que esos grandísimos artistas son los buenos filósofos y comunicadores en particular y los profesores en general.
Estoy pensando concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos, entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de esos profesores que preferían darles un montón de folios importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede denominársele arte, y a ellos, artistas.

1 W. V. O. Quine: "¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?" (1981). J. Nubiola: "La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista", Tópicos 8-9 (2001). R. Bernstein: "El resurgir del pragmatismo", Philosophica Malacitana supl. nº 1 (1993), pp. 11-30.

2 J. Nubiola, “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”.
3 San Agustín: Confesiones, X, 23, 33. Cfr. C. Cardona: "Querer la verdad", Escritos Arvo, nº 128, XII (1992); Juan Pablo II: Fides et ratio, 1998, n. 25.
4W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).
5 J. Harlan: "Entrevista con Hilary Putnam, Acerca de la mente, el significado y la realidad", Atlántida 4 (1993), 80-81.
6W.V. Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F. Barrena).

Puré de patata


Música ambiental :)

                

Cuando te acostumbras a leer textos filosóficos que podrías guardar en el arca perdida junto con otro par de jeroglíficos, crees soñar al toparte con ensayos como este1. ¡Lo entiendo! Es más, ¡estoy de acuerdo! Inmediatamente después coges el taco de folios, lo levantas y lo pones a contraluz. Tiene que haber algún truco. ¿Cómo pueden estos autores leerme la mente y transcribirla con palabras tan precisas? Igual es al revés, yo les he leído la mente a ellos, o mejor dicho, he leído sus textos. Pero bueno, independientemente de quién posea poderes sobrenaturales, todos estamos de acuerdo.

Antes de leer el ensayo y sabiendo lo que defendía, di por hecho que no iba a tener ningún problema en escribir ochocientas palabras -y las que hiciese falta- con tal de criticar el relativismo moral que nos invade. Opinar sobre lo no opinable. ¡Cómo nos gusta!

La opinión, amiga de todos y de nadie. La opinión apodada de verdad. Nos la pasamos unos a otros como una patata caliente. Esta es la mía, esta la tuya, y no la toques, que te quemas. Respeto, tolerancia. Todas las patatas están buenas. ¿Que tú quieres echarle sal? Perfecto. Tú te la vas a comer. Ojo, que se te va la mano con el salero, que el último que lo cogió lo dejó medio abierto... ¡Calla! Es asunto mío, mi patata está sosa. Tú cómete la tuya y deja comer a los demás. ¡Me vas a decir tú a mí cómo comer mi patata! Tolerancia, convivencia. El salero se ha abierto. Adiós, patata. Lo siento, pero no todas saben igual. Esta ya no hay quien la coma. Respeto, claro. Pero habrá que pedir una ensalada para cenar.
Acongojada, guardo mi cuaderno de recetas. Quería aprender a cocinar, mejorar mis ideas culinarias. Sabía que había mucha gente invitada al banquete, gente muy distinta que podría ayudarme, pero ayudarme, ¿a qué? A cocinar bien, pensaba. ¿Bien? ¡Qué chica tan idealista! Cada uno cocina como quiere, y si vienes de invitado, te comes lo que te pongan. “Bien” estará si a ti te gusta, pero bien bien... así como para todos, ¡es mucho pedir! Tolerancia.
A no ser que venga la abuela Ciencia y nos explique cómo remover el puchero. Amén. ¡Es la madre de la sabiduría! Y nosotros somos sus nietos, así que ni media palabra. Si queremos jugar, podemos tirarnos las patatas a la cara: están blanditas. De hecho, la mayoría de las veces son solo piel.
Reconozco que “tolerancia” es una palabra bonita, pero está tan manoseada que tengo que cogerla con pinzas. No me gusta disfrazar los términos, vestir de gala a pobres palabras como “relativismo perspectivista”. Nos gusta eludir responsabilidades, mojarnos lo justo y luego ponernos la toalla de la “convivencia democrática”. Personalmente, prefiero el “diálogo racional”: va con vaqueros y de frente.


La filosofía lleva siglos girando como una peonza. “Hacia adelante, hacia atrás, hacia el medio y pá dentro”, como decía mi abuelo para darme el puré. Se han cometido muchos fallos, se han dicho muchas barbaridades, pero el acrobático giro pragmatista de los filósofos analíticos es de esos que hay que volver a ver y releer a cámara lenta.

Ahora mismo tengo un problema: unos folios – los del ensayo de J.Nubiola: “Pragmatismos y relativismo: C.S. Peirce y R. Rorty”- llenos de corazones. Como corazones es lo único que sé dibujar, suelo llenar los márgenes de los textos que me gustan con lo único que me permite mi escasa capacidad artística: corazones de todos los tamaños.
Como dije arriba, antes de leer el ensayo pensaba que sería fácil escribir a raíz del mismo. Pero cuando tienes comentarios que hacer de los siete folios, te bloqueas y no sabes por dónde empezar. Y como dicen, la avaricia rompe el saco. De mi saco se han salido ya un montón de frases lapidarias que no caben en este ensayo. Así que me quedaré con un puñado de ellas, las que me quepan.
Para empezar, aquello que dicen los filósofos pragmatistas de que “la filosofía que se aparte de los genuinos problemas humanos es un lujo que no podemos permitirnos”, o la frase de Dewey de que “la filosofía se recupera a sí misma (…) cuando se convierte en un método, cultivado por filósofos, para ocuparse de los problemas de los hombres”2, son frases que lees y dices: ¡Por fin! Por no mencionar todas las referidas al papel de la filosofía en este nuevo siglo: el de aunar el rigor lógico con la relevancia humana3.
Pero no es hasta que resumen tus ideas del último ensayo, cuando exclamas: ¡socorro! Me refiero al tema del “falibilismo social”. Admitiendo, de entrada, que errar es humano, explican: “El investigador forma parte de una comunidad expandida en el espacio y en el tiempo a la que contribuye con sus aciertos e incluso con sus fracasos, pues estos sirven a otros para llegar más lejos que él”4. ¿Qué más podemos decir el resto de mortales cuando saben en expresar en tres líneas lo que yo diría en treinta?
Y así llegan al problema de la verdad: “Hablar de la verdad, así sin adjetivos (…) comienza a ser considerado como algo de mal gusto”5. En definitiva, mi patata, tu patata. ¡Qué triste banquete!
Triste, pero real. En esta situación hemos terminado, y efectivamente, es necesario un giro: busquemos entre todos las mejores patatas, las más grandes y sabrosas, ¡no sirve cualquiera! Y mejoremos juntos las recetas. Nos saldrá unas veces mejor y otras peor, pero solo así llegaremos algún día a preparar un buen puré de patata.
1J. Nubiola, “Pragmatismo y relativismo: C. S. Peirce y R. Rorty”. Publicado en Unica, Revista de Artes y Humanidades de la Universidad Católica Cecilio Acosta, II/3,2001, pp.9-21. http://www.unav.es/users/Articulo58a.html
2J. Dewey, John escribió esta frase en The Need of a Recovery of Philosophy.
3J. Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp 6.
4S. Haack, “Pragmatism”, en N. Bunnin y E.P. Tsui-James, eds. The Blackwell Companion to Philosophy, Oxford, Blackwell, 1996, 637.
5J. Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp 5.
 

viernes, 1 de marzo de 2013

¿Quién necesita abuela?

Música ambiental :)

Si uno se plantease sobrevivir a la crisis impartiendo cursos de autoestima le sugiero que no buscase a sus potenciales alumnos ni en el autor del “Tractatus” ni en Moritz Schlick. Y amplío este consejo hacia el resto de filósofos analíticos y positivistas lógicos. Porque si algo me ha quedado claro al leer tanto el prólogo del“Tractatus” de L. Wittgenstein como “El viraje de la filosofía” de M. Schilck es que ninguno de los dos necesita abuela.
Lo más llamativo de estos autores es que creen haber “solucionado definitivamente lo esencial de los problemas filosóficos”1 y que están “objetivamente justificados”2 para dar por concluido el “estéril conflicto” entre los sistemas filosóficos anteriores. Los textos en su conjunto continúan en esta dirección, por lo que guiaré mi argumentación al hilo de estas dos pretenciosas afirmaciones, centrándome en especial en M. Schlick por ser quien más lo desarrolla en los documentos seleccionados.
Doy por hecho que M. Schlick tiene en su casa una enorme papelera y no dudo de que, además, saca todos los días la basura. Es la única manera de entender cómo consigue desembarazarse con semejante ligereza tanto de la metafísica y la teoría del conocimiento en concreto como de los problemas filosóficos en general.
Probablemente, estos autores aprendieron en las profundidades de la sabana la filosofía de Timón y Pumba: “Ningún problema debe hacerte sufrir, lo más fácil es saber decir Hakuna Matata”. Y es que, sin quitar mérito a su intento de clarificar los argumentos filosóficos, esto es lo que están haciendo: para evitar el sufrimiento, le quitamos la escoba a la Cenicienta y a limpiar, que cenizas hay unas cuantas. ¿Un ejemplo? El absurdo esfuerzo de los metafísicos por intentar formular el auténtico sentido de la vida, los porqués finales. ¡Eso no es más que basura, palabras sin sentido! Metamos todas las grandes preguntas hechas a lo largo de la historia en el recogedor y sacudámoslo, no vayan a quedar residuos. La hora del viraje filosófico ha llegado. Perdón, hablemos con propiedad; del viraje definitivo.
Reconozco que quizás esté exagerando, pues en el fondo, la labor llevada a cabo por toda esta corriente de filósofos analíticos a la hora de clarificar y precisar conceptos y de recordarle a la Reina de las Ciencias la importancia de la exactitud y el rigor es admirable. Sin embargo, el aroma que me deja la lectura de sus escritos es este: una banalización vergonzosa de los grandes problemas planteados durante siglos no solo por los grandes filósofos, sino por la gente de a pie. ¿Para qué vivimos? ¿Adónde vamos? ¿Nos diferenciamos del resto de animales? ¿Hasta dónde podemos conocer? ¿Ceno huevos o tortilla?
 
En definitiva, el quid de la cuestión es: ¿pueden ser realmente barridas estas y tantas otras preguntas vitales, empleando un concienzudo análisis del lenguaje como escoba? Es más, ¿deben ser barridas las grandes preguntas cuyas distintas respuestas orientan y dirigen nuestra vida?
Les invito a detenerse un instante, el instante de reflexión que no tuvieron los filósofos de bata blanca al barrer este interrogante. Porque creo que ahí reside su error: la filosofía no es solo un conjunto de problemas en torno a los cuales no hay consenso, no son preguntas que después de ser lanzadas al viento son capturadas por los metafísicos y retorcidas hasta su expiración. La filosofía es diálogo. Es una conversación en la que todos pueden participar, porque cada nueva aportación añadirá un matiz distinto a las anteriores. Evidentemente, no todas las afirmaciones pasarán a la historia, ni todas serán igualmente válidas, pero eso no conduce a reducir los grandes filosofemas a su “efectividad histórica”3, dejando de un lado la objetiva. Porque si lo que uno de los grandes dijo sirvió para estimular el pensamiento y la búsqueda de la verdad de otros que vinieron después, solo por eso, llamémosle X hizo progresar a la filosofía.
El otro día, en clase, estuvimos discutiendo largo rato acerca de si podemos hablar de progreso en filosofía. Las respuestas fueron ricas y variadas: “El progreso no se da en la filosofía, sino en cada filósofo”, “no progresamos, profundizamos”, “son las mismas preguntas respondidas con distintos planteamientos”, etc. Creo que el diálogo hubiese sido más claro si nos hubiésemos puesto de acuerdo acerca de qué entendemos por progreso y en base a eso, dar nuestra opinión.
La gran duda era: ¿es necesario una culminación para poder hablar de progreso? Yo creo que no. En todas las disciplinas hay progresos, pero eso no implica que lo sepamos todo. Progreso viene del latín progredior, que significa “avance”.
 La filosofía es un movimiento de pensamiento. Responde a unos problemas y encuentra otros4. Puede que haya momentos en los que parezca que se “retrocede” pero porque se está entrando a fondo en los problemas, dando nuevas visiones, pero en verdad, eso no es otra cosa que “tirar p´alante”. El mito de la caverna de Platón hizo progresar a la filosofía, el sapere audem de Sócrates, la metafísica de Aristóteles, el cogito ergo sum de Descartes, la crítica al principio de causalidad de Hume. Todos ellos, más acertados o menos, han hecho correr ríos de tinta, han estimulado futuros debates y conversaciones filosóficas, han traspasado los siglos y al llegar hasta nosotros nos han hecho pensar. Puede que algunos dijesen disparates, pero disparates con respuestas proyectadas hacia el futuro.
Si lo que los filósofos analíticos buscaban con su viraje era un cambio, ese cambio, ese avance, llevaba siglos produciéndose. Comenzó cuando alguien se hizo la primera pregunta y diga lo que diga M. Schlick, estoy segura de que para ese alguien, la pregunta tenía sentido.
1. L. Wittgenstein, “Prólogo” Tractatus Logico-Philosophicus (1922). Traducción castellana de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera. Alianza, Madrid, 2003, pp. 47-48.
2. M. Schlick, “El viraje de la filosofía”. Texto original: “Die Wende der Philophie”, primer libro del volumen I de Erkenntnis (1930/31).
3. M.. Sclick, “El viraje de la filosofía”.
4. Esta reflexión recoge lo comentado en la clase de Filosofía del Lenguaje de la Universidad de Navarra impartida por Jaime Nubiola.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Clase con Vicente del Bosque

Música ambiental :)


Esta ha sido una tarde de sorpresas. La primera, la cancelación de la clase de Filosofía del Lenguaje para asistir a un coloquio con Vicente del Bosque. El entrenador de la Selección española de fútbol ha venido a la universidad con motivo de la XLV Sesión de la Academia Olímpica española, celebrada del 20 de Febrero al 1 de Marzo. Lo de tenerle tan cerca y a la vez tan lejos -por eso de la clase- ha sido solucionado por la democracia estudiantil. Así que gracias profe por escucharla, porque ha merecido la pena. La segunda sorpresa es que, por raro que parezca, hoy me apetecía dar clase. Y la tercera, el propio Vicente del Bosque.

Aunque tengo que admitir que esta última no era una sorpresa: Vicente vino a mi colegio -de Burgos- hace ahora dos años, con motivo del centenario de su fundación. Allí no improvisó, hablaba para niños y llevaba pensado el discurso. Por desgracia, no recuerdo nada de lo que dijo, pero sí recuerdo que me fascinó cómo se dirigió a nosotros. La sorpresa no ha sido hoy, por tanto, sino que fue hace dos años. El recuerdo de ese hombretón de metro noventa sentado en una silla de bar en medio de mi polideportivo y capturando la atención de doscientos niños y la mía es lo que me ha hecho levantar la mano a su favor cuando han sugerido el cambio de planes a pesar del extraño deseo de continuar con la clase.

Pues bien, como él mismo ha dicho, ha venido “a lo que salga”. Pero, aunque en un principio, la charla estaba pensada para cincuenta personas, eran más de cuatrocientas cincuenta las que querían escuchar qué le salía a nuestro seleccionador. Y creo que no nos ha decepcionado.

A su entrada, cientos de móviles se han levantado para grabar la imagen de Vicente del Bosque junto a la misma pizarra en la que dos horas antes dábamos clase de Economía.

El seleccionador ha captado nuestra atención desde el principio con dos “imágenes didácticas del deporte” para que viésemos que ser un buen deportista no se traduce únicamente en jugar bien al fútbol. “Saber ganar también tiene su dificultad” ha señalado refiriéndose a un vídeo de Iker Casillas.

Para del Bosque, las dos grandes tareas de un entrenador son, por un lado, todo lo que tiene que ver con el desarrollo de la estrategia deportiva, y por el otro, y no menos importante -algo remarcado a lo largo de todo el coloquio- el cuidado de las relaciones humanas dentro del equipo; el “gestionar personas”.

Después de esta breve introducción han comenzado las preguntas, antes de las cuales nos ha avisado de que aunque estuviésemos en familia, “no hay que tener cuidado sólo con lo que se hace, sino también con lo que se dice”. Quizás tanta precaución se debía al hecho de estar en una Facultad de Comunicación rodeado de periodistas ávidos de tuitear. No sé si se sentía intimidado o no, lo que sí que sé es que no se le ha notado.

Respuestas rápidas, claras, concisas y enriquecedoras se han sucedido en la hora de conversación con del Bosque: “No convocamos a nadie por dónde ha nacido” o “a David Villa no le recomendaría absolutamente nada, es una decisión personal”, han sido sus respuestas a las preguntas más peliagudas. ¿La clave para ser buen jugador? Saber jugar y emoción: “sin emoción no puedes hacer nada”. ¿La clave para motivar a un equipo de élite? “No sólo es el dinero o el reconocimiento social sino el deber bien cumplido”. En ese sentido afirma que están tranquilos, y que a pesar de que sus gestos y comportamientos no cambiarán tanto si ganan como si pierden, reconoce que si están donde están es por sus buenos resultados. “La victoria es la clave”. Lo que conlleva que cada día que ganan algo, “aumenta su responsabilidad de cara al futuro”.

Ha reconocido su admiración por el centrocampista Sergio Busquets y por Fernando Redondo porque “son capaces de actuar en prejuicio de sí mismos pero en beneficio del equipo”. Y de cara al partido Barça-Madrid de esta noche ha señalado que “los jugadores pueden fallar en el fútbol, pueden fallar en el juego, pero no pueden fallar en el comportamiento”.


Con esta frase lapidaria queda recogida su visión del deporte, así que poco más resta por decir de la breve pero intensa visita del gran entrenador que es del Bosque, quien nos ha confesado antes de marcharse que todo lo que hace, “más que por conocimiento”, lo hace “por experiencia”.

Más allá de los límites


Música ambiental :)

Como buen filósofo analítico, a Bertrand Russell le falta tiempo para señalar, ya en el primer párrafo1, que mediante el estudio de los principios del simbolismo podremos salir de la influencia de un lenguaje que a menudo confunde y lleva a error.


El propósito que persigue en este texto es exponer el concepto de “vaguedad” y probar que “todo el lenguaje es vago”. Para ello se sirve de varios ejemplos ilustrativos como son la palabra “rojo”, en representación de todas aquellas palabras que describen cualidades sensibles, o “calvicie”. Después pasará a las palabras cuantitativas como “segundo” y a los nombres propios, para concluir que todas aquellas palabras en cuya definición intervenga un elemento sensible son vagas. Del mismo modo, explica, las palabras lógicas, por el mero hecho de ser empleadas por personas, también lo son, aunque en menor medida. Expongo estos ejemplos porque considero que es gracias a los mismos por lo que se comprende verdaderamente adónde quiere llevarnos el autor. En efecto, como él mismo afirma, son los casos cotidianos los que prueban la vaguedad de la mayor parte del conocimiento2, y gracias a las referencias a estos el texto capta nuestra atención hasta el final.

Particularmente, encuentro sugerente lo referido a la vaguedad del conocimiento sensorial, tan bien ilustrada con el ejemplo del vaso de agua. Explica cómo hay muchas cosas que aunque no podamos distinguirlas a simple vista, producen, sin embargo, efectos diferentes. En este punto, reconozco la importancia de conocer las limitaciones de nuestro conocimiento. Tenemos que ser conscientes de que no todo es como parece y de que hay que echar mano de un “microscopio” cuando sea necesario, porque por desgracia, muchas veces las consecuencias de la ignorancia pueden ser peores que pescar el tifus.

Ahora bien, aunque estoy de acuerdo con varias de las explicaciones que da para que comprendamos el concepto de “vaguedad”, sin embargo, la sensación tras la lectura ha sido de un cierto desasosiego: ¿en verdad no es posible trazar los límites precisos de ningún concepto? ¿“Delimitar la zona de penumbra”, como afirma Russell? Él señala que “afortunadamente” no lo es, pero discrepo del uso de ese adverbio. Me explico, es cierto que son muchos los conceptos vagos, pero extender la vaguedad a absolutamente todo el conocimiento me parece excesivo. No sé en qué color pensaría Russel cuando escuchaba la palabra “rojo”, pero estoy segura de que en una reunión de personajes de cuento reconocería a Caperucita Roja aunque se le hubiese descolorido la capa con la lluvia. Del mismo modo, dado que, según él, al tratar con la muerte se empieza a desdibujar el concepto “hombre”, me pregunto qué pensaría si al morir le hubiesen plantado en una huerta de albaricoques. Quién sabe si en esa zona de penumbra, en la que las palabras se tornan cuestionables, no podría ser confundido con una fruta. ¡La oscuridad es lo que tiene! A mí sin ir más lejos, me gustaría ser recordada en un futuro como “M. Teresa Ausín Martínez” con independencia del estado de descomposición de mi cuerpo, por lo que no considero necesario que nadie trace el límite en el que la posesión del mismo me fuera arrebatada. Lo que quiero decir es que en la vida real, que es la que cuenta, nadie va a sacarse un reloj de arena del bolsillo para decirnos “ahora sí, a partir de...ya, te llamas M. Teresa”. Si ahí no hay límites es porque tampoco es preciso trazarlos. Me parece angustioso cómo Russell trata de aplicar el concepto de “vaguedad” a absolutamente todo el conocimiento. Resulta curioso ver cómo algunos filósofos -me abstendré de decir un número- encuentran tan complicado limitarse a hacer afirmaciones lógicas y coherentes sin radicalizarlas, en un intento no sé si de innovar o de que se levanten en armas contra ellos.

Al final del texto, Russell señala que “el hecho de que el significado sea una relación multívoca es la manifestación de que todo lenguaje es más o menos vago”3. Sin embargo, y aprovechando para llevar los ejemplos a terrenos empalagosos, lo encuentro matizable. Pongamos el caso de una mirada enamorada: pensemos en ese chico que mira a su compañera de clase como si no hubiese final. Absolutamente todo el mundo se da cuenta, salvo ella. ¿Es una mirada vaga? ¡Todo lo contrario! La vaga es ella, que está tan entretenida hablando por el wassap que ni le ha mirado, y cuando lo ha hecho, tenía la mente en otra parte. En este caso, la mirada era clara, precisa, de amor incondicional, porque esas cosas no se pueden disimular. Por mucho que el chico intentase poner una mirada “vaga” para hacerse el “interesante” no habría podido, estoy segura. No sé si este caso se sale del tema explicado por Russell, pero lanzo una pregunta, y que la coja quien quiera: ¿la vaguedad está solo en el lenguaje o es posible que la incorporemos nosotros con nuestras distintas interpretaciones y percepciones, difuminando unos límites que en muchos casos sí que están?



1B. Russell, “Vaguedad”, Antología Semántica, Ed. Nueva Visión, Buenos aires, 1960. El ensayo hace referencia a este artículo, cuyo título original es “Vagueness”.

2B. Russell, “Vaguedad” p. 23.

3B. Russell, “Vaguedad”, p. 22.