Aquí van cuatro ensayos relacionados con la Filosofía del Lenguaje.
¿Qué qué es eso? El estudio de la relación entre: el lenguaje, el pensamiento y el mundo.
Abrí este blog gracias a esta asignatura así que, ¡qué menos que dedicarle una sección!
He de reconocer que los cuatro ensayos que veréis a continuación son demasiados largos para el formato de un blog, y por tanto, pesados y difíciles de leer, pero en verano hay tiempo para estas cosas... y nunca se sabe a quién puede llegar a interesarle, así que ¡ahí van!
Y para los que no se aburren tanto... iré publicando los temas que más me gustan de esta rama de investigación filosófica.
A escribir se aprende escribiendo, y a pensar...¡también! Este blog es la primera parada de una futura periodista y profe de Filosofía.
Etiquetas
- Filosofía del lenguaje (10)
- De todo un poco (3)
- Descripción del blog (2)
- Periodismo científico (2)
- Vídeos (1)
martes, 16 de julio de 2013
Presentación del Blog
Por esas voces que ni entendemos ni
sabemos explicar pero nos susurran al oído y nos impiden dormir.
Por esas palabras que sabíamos que lo
arreglarían todo y no fuimos capaces de pronunciar.
Por esas montañas de arena que se
desvanecen una vez escritas.
Por eso necesitamos escribir. Para que
las voces griten y se dejen atrapar, para que las palabras sean
escuchadas y los problemas aparentemente indisolubles se reduzcan a
un puñado de arena. Porque hay miles de palabras que chillan en
nuestra mente tan alto que no logramos entenderlas, pero que una vez
escritas, nos liberan y nos dejan respirar.
¿Abracadabra? Demasiado fácil.
Encontrar esas palabras mágicas no es
tarea de un mago. Pero sí de un escritor. ¿De quién? De todo aquel
que disfrute sentándose delante de una hoja de papel en blanco con
ganas de escuchar y dejar un rastro. Un rastro de tinta.
miércoles, 24 de abril de 2013
Attraction.
No podéis perderos este vídeo, ¡si no lo ves no te lo crees!
http://www.youtube.com/watch?v=zfAYh3rIie4&feature=player_embedded
martes, 23 de abril de 2013
¡Mucha mierda!
Fotografía tomada momentos antes del estreno del musical "El Patito Feo". De Santiago González-Barros.
El pasado mes de febrero se estrenó en la Universidad de Navarra el musical "El Patito Feo", una adaptación del clásico de Christian Andersen. Antes de cada actuación, todos los actores y equipo de realización nos reuníamos con la directora para gritar al unísono "mucha mierda". Como desconozco la jerga teatral, investigué a cuento de qué se dice esa frase malsonante y aquí tengo la respuesta:
La expresión "mucha mierda" es equivalente a “buena suerte" en la puesta en escena.
El origen de esta frase es controvertido. La explicación más conocida es que cuando se iba al teatro en carruajes, el éxito de las puestas en escena se podía medir por la cantidad de excremento que aparecía en la calle. También se afirma que proviene del francés "merde", por la costumbre de los nativos de este país de pronunciar esta palabra en señal de éxito, debido a una superstición en la que desear "buena suerte" causaría el efecto contrario.
Y la última de las explicaciones proviene de la Edad Media: los actores ambulantes decidían actuar en un lugar cuando veían las calles llenas de heces, lo que significabaa que había feria y elevadas posibilidades de contar con un gran número de público.
Fuente:
CARMEN ROSA PACHECO CARPIO
LUIS ENRIQUE SUÁREZ
AMARILYS DE LA C. LEÓN PAREDES
Universidad de Pinar del Río, Cuba
carmen@fcsh.upr.edu.cu, pacheco@comercio.vega.inf.cu
Estudio léxico-semántico de la jerga teatral
Para más información, os dejo aquí el enlace de un programa de radio elaborado íntegramente por Carmen Arroyo, Franki Puig y M. Teresa Ausín acerca del musical bajo el argumento: " El teatro ayuda a comprender la vida" (Directora del musical, Laura Laiglesia)
¿Por qué nos confunden con ardillas?
Música de ambiente :)
Con
franqueza, me siento como una batidora tecleando un ordenador. Quiero
escribir algo decente, pero en mi cabeza bullen ideas vagas sin
control. La primera norma para que salga un buen zumo es seleccionar
cuidadosamente las mejores frutas, cosa que he ido haciendo al leer
los tres ensayos1,
pero no basta. Ahora es labor de la chef mezclarlas en la
cantidad deseada y añadir el azúcar. Y a ver qué sale.
Un
buen comienzo para adentrarnos en el fascinante mundo de la verdad y
la Filosofía puede tomarse del artículo “La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista”2,
de Jaime Nubiola.
San Agustín cuenta en Las
confesiones que, aunque en su vida había
tratado a muchos mentirosos, nunca había conocido a nadie que
deseara ser engañado. En cierto sentido,
quienes
no desean ser engañados aman ya la verdad y tienen por tanto alguna
noticia de ella3.
Con ello estoy afirmando de nuevo la tesis de que el mejor marco para
adentrarse en el análisis de la verdad es identificando la verdad,
no como el resultado sofisticado de una teoría lógica, sino como
aquello que siempre buscamos. Me parece que esta perspectiva se
encuentra en sintonía con la experiencia práctica de cualquiera que
se dedique a la docencia. El factor decisivo del crecimiento de los
estudiantes es siempre su afán de verdad, la voluntad de saber[…]
Con
esa sencilla frase en negrita queda todo dicho. No importa si
hablamos de un filósofo pragmatista, científico de bata blanca o un
relativista redomado, porque por el simple hecho de no desear ser
engañado, el susodicho ama la verdad. El filósofo, por tanto, no
debería ser considerado un bicho raro, un humano con antenas
extraterrestres escondidas debajo del sombrero y que camina
sosteniéndose el mentón escondido bajo una espesa y larga barba.
Porque el filósofo es un buscador de la verdad, y si se dedica
profesionalmente a ello, es un afortunado que puede emplear su tiempo
en algo esencial. Tiempo del que no dispone la gran mayoría por
dedicarse a tantas otras cosas -no menos importantes-. De ahí que
repita: afortunado.
Sin embargo, este
adjetivo no sería el empleado por esa gran mayoría. Por eso me
atrajo tanto el título del ensayo de Quine: “¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?”4
Porque hay algo que todo aspirante a filósofo debe preguntarse: ¿por
qué somos confundidos con ardillas?
Si saliésemos a
la calle a preguntar al tuntún
qué piensan de los filósofos intuyo que esa sería la comparación
más amable: con una ardilla. Sí, esos animalitos que se encaraman a
las ramas más altas de los árboles para contemplar mejor el
infinito y que dominan el arte de andar en las alturas, pero que
cuando ponen los pies en el suelo, solo saben hacer dos cosas: o se
quedan inmóviles mirando asustados el terrorífico mundo real que
les rodea o echan a correr de nuevo para arriba como alma que lleva
el diablo. Los filósofos, para muchos, son esos animalitos que han
olvidado cómo se camina por tierra firme, y que cuando se aventuran
a hacerlo se caen a un pozo, por la falta de costumbre. Y si no
díganselo a Tales de Mileto.
Hilary Putman
hablaba de una “filosofía responsable” como aquella que deberá
extraer la conexión existente entre los problemas de los filósofos
y los de los varones y mujeres5.
Y en efecto, ésa es nuestra misión: bajar a la tierra y no buscar
la verdad solo para nosotros, sino además, acercársela al resto en
un lenguaje inteligible. No se trata de servírsela en bandeja,
porque la verdad no es un filete con guarnición, sino de darles la
mano para que ellos mismos se adentren en esa búsqueda.
Quine, hablando
de la popularización de la física moderna, señala que “un buen
filósofo que sea un hábil expositor podría hacer lo mismo con la
filosofía técnica habitual.” Pero que esa labor “requeriría
arte, porque no todo lo que es filosóficamente importante es
necesariamente de interés común, ni siquiera cuando se expone con
claridad y en su lugar”6.
Y como yo no podía terminar el último de los ensayos sin haber
hablado de la docencia, diré de que esos grandísimos artistas son
los buenos filósofos y comunicadores en particular y los profesores
en general.
Estoy pensando
concretamente en mi profesor de Filosofía de Bachillerato, al que
debo la decisión de estudiar lo que estudio. Todos sus alumnos,
entre los que me incluyo, le admiraban por su carisma y deseaban que
les tocase con él no solo por lo que decía, sino por cómo lo
decía. Pero dejando eso de un lado, yo le admiré desde el principio
por algo más, que se acentuó cuando comencé a estudiar aquí, en
la universidad, los mismos autores que él me había explicado. ¿Por
algo más? Sí, por haber sido capaz de dejar de lado muchísimas
cosas importantes de cada autor -que él sí que sabía- para que
fuésemos capaces de entenderlo. ¿Era esencial aquello en lo que no
profundizó? Para un doctorado en Kant explicar sus tres grandes
obras en cuatro caras de folio quizá sea una aberración. Sin
embargo, lograr que treinta chicos que no habían oído hablar de ese
autor lleguen a hacerse una idea de lo que hizo en cuatro caras no me
parece una aberración, sino lograr un imposible. Fuimos a
Selectividad con la mitad de apuntes que el resto de colegios, de
esos profesores que preferían darles un montón de folios
importantes pero incomprensibles, y el resultado se lo pueden
imaginar. Alberto, mi profe, tuvo que trabajar el doble que esos
estrictos maestros, exprimiendo las doctrinas de cada autor para
hacérnoslas asequibles, pero mereció la pena. Y por eso amplío mi
admiración a todos esos profesores capaces de dejar su erudición de
lado -porque estoy convencida de que es una renuncia costosa para
alguien que sabe más- para acercar a los demás un trocito de
verdad, para ampliar su conocimiento, independientemente de la
materia impartida. Quine tiene toda la razón, a eso solo puede
denominársele arte, y a ellos, artistas.
1
W. V. O. Quine: "¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?" (1981).
J. Nubiola: "La búsqueda de la verdad en la tradición pragmatista",
Tópicos 8-9
(2001). R. Bernstein: "El resurgir del pragmatismo", Philosophica
Malacitana supl. nº 1 (1993), pp. 11-30.
2
J. Nubiola, “La búsqueda de la verdad en la tradición
pragmatista”.
3
San Agustín: Confesiones,
X, 23, 33. Cfr. C. Cardona: "Querer la verdad", Escritos
Arvo, nº 128, XII (1992); Juan Pablo II:
Fides et ratio, 1998,
n. 25.
4W.V.
Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard
U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F.
Barrena).
5
J. Harlan: "Entrevista con Hilary Putnam, Acerca de la mente,
el significado y la realidad", Atlántida 4 (1993),
80-81.
6W.V.
Quine: Theories and Things, The Belknap Press of Harvard
U.P., Cambridge, Mass. 1981, págs 190-193. (Traducido por Sara F.
Barrena).
Puré de patata
Música ambiental :)
Cuando te acostumbras a leer textos filosóficos que podrías
guardar en el arca perdida junto con otro par de jeroglíficos, crees
soñar al toparte con ensayos como este1.
¡Lo entiendo! Es más, ¡estoy de acuerdo! Inmediatamente después
coges el taco de folios, lo levantas y lo pones a contraluz. Tiene
que haber algún truco. ¿Cómo pueden estos autores leerme la mente
y transcribirla con palabras tan precisas? Igual es al revés, yo les
he leído la mente a ellos, o mejor dicho, he leído sus textos. Pero
bueno, independientemente de quién posea poderes sobrenaturales,
todos estamos de acuerdo.
Antes de leer el ensayo y sabiendo lo que defendía, di por hecho que no iba a tener ningún problema en escribir ochocientas palabras -y las que hiciese falta- con tal de criticar el relativismo moral que nos invade. Opinar sobre lo no opinable. ¡Cómo nos gusta!
Antes de leer el ensayo y sabiendo lo que defendía, di por hecho que no iba a tener ningún problema en escribir ochocientas palabras -y las que hiciese falta- con tal de criticar el relativismo moral que nos invade. Opinar sobre lo no opinable. ¡Cómo nos gusta!
La
opinión, amiga de todos y de nadie. La opinión apodada de verdad.
Nos la pasamos unos a otros como una patata caliente. Esta es la mía,
esta la tuya, y no la toques, que te quemas. Respeto, tolerancia.
Todas las patatas están buenas. ¿Que tú quieres echarle sal?
Perfecto. Tú te la vas a comer. Ojo, que se te va la mano con el
salero, que el último que lo cogió lo dejó medio abierto...
¡Calla! Es asunto mío, mi patata está sosa. Tú cómete la tuya y
deja comer a los demás. ¡Me vas a decir tú a mí cómo comer mi
patata! Tolerancia, convivencia. El salero se ha abierto. Adiós,
patata. Lo siento, pero no todas saben igual. Esta ya no hay quien la
coma. Respeto, claro. Pero habrá que pedir una ensalada para cenar.
Acongojada, guardo mi cuaderno de recetas. Quería aprender a
cocinar, mejorar mis ideas culinarias. Sabía que había mucha gente
invitada al banquete, gente muy distinta que podría ayudarme, pero
ayudarme, ¿a qué? A cocinar bien, pensaba. ¿Bien? ¡Qué chica tan
idealista! Cada uno cocina como quiere, y si vienes de invitado, te
comes lo que te pongan. “Bien” estará si a ti te gusta, pero
bien bien... así como para todos, ¡es mucho pedir! Tolerancia.
A no
ser que venga la abuela Ciencia y nos explique cómo remover el
puchero. Amén. ¡Es la madre de la sabiduría! Y nosotros somos sus
nietos, así que ni media palabra. Si queremos jugar, podemos
tirarnos las patatas a la cara: están blanditas. De hecho, la
mayoría de las veces son solo piel.
Reconozco que “tolerancia” es una palabra bonita, pero está tan
manoseada que tengo que cogerla con pinzas. No me gusta disfrazar los
términos, vestir de gala a pobres palabras como “relativismo
perspectivista”. Nos gusta eludir responsabilidades, mojarnos lo
justo y luego ponernos la toalla de la “convivencia democrática”.
Personalmente, prefiero el “diálogo racional”: va con vaqueros y
de frente.
La filosofía lleva siglos girando como una peonza. “Hacia adelante, hacia atrás, hacia el medio y pá dentro”, como decía mi abuelo para darme el puré. Se han cometido muchos fallos, se han dicho muchas barbaridades, pero el acrobático giro pragmatista de los filósofos analíticos es de esos que hay que volver a ver y releer a cámara lenta.
Ahora mismo tengo un problema: unos folios – los del ensayo de J.Nubiola: “Pragmatismos y relativismo: C.S. Peirce y R. Rorty”- llenos de corazones. Como corazones es lo único que sé dibujar, suelo llenar los márgenes de los textos que me gustan con lo único que me permite mi escasa capacidad artística: corazones de todos los tamaños.
Como
dije arriba, antes de leer el ensayo pensaba que sería fácil
escribir a raíz del mismo. Pero cuando tienes comentarios que hacer
de los siete folios, te bloqueas y no sabes por dónde empezar. Y
como dicen, la avaricia rompe el saco. De mi saco se han salido ya un
montón de frases lapidarias que no caben en este ensayo. Así que me
quedaré con un puñado de ellas, las que me quepan.
Para
empezar, aquello que dicen los filósofos pragmatistas de que “la
filosofía que se aparte de los genuinos problemas humanos es un lujo
que no podemos permitirnos”, o la frase de Dewey de que “la
filosofía se recupera a sí misma (…) cuando se convierte en un
método, cultivado por filósofos, para ocuparse de los problemas de
los hombres”2,
son frases que lees y dices: ¡Por fin! Por no mencionar todas las
referidas al papel de la filosofía en este nuevo siglo: el de aunar
el rigor lógico con la relevancia humana3.
Pero
no es hasta que resumen tus ideas del último ensayo, cuando
exclamas: ¡socorro! Me refiero al tema del “falibilismo social”.
Admitiendo, de entrada, que errar es humano, explican: “El
investigador forma parte de una comunidad expandida en el espacio y
en el tiempo a la que contribuye con sus aciertos e incluso con sus
fracasos, pues estos sirven a otros para llegar más lejos que él”4.
¿Qué más podemos decir el resto de mortales cuando saben en
expresar en tres líneas lo que yo diría en treinta?
Y
así llegan al problema de la verdad: “Hablar de la verdad, así
sin adjetivos (…) comienza a ser considerado como algo de mal
gusto”5.
En definitiva, mi patata, tu patata. ¡Qué triste banquete!
Triste, pero real. En esta situación hemos terminado, y
efectivamente, es necesario un giro: busquemos entre todos las
mejores patatas, las más grandes y sabrosas, ¡no sirve cualquiera!
Y mejoremos juntos las recetas. Nos saldrá unas veces mejor y otras
peor, pero solo así llegaremos algún día a preparar un buen
puré de patata.
1J.
Nubiola, “Pragmatismo y relativismo: C. S. Peirce y R. Rorty”.
Publicado en Unica, Revista de Artes y Humanidades de la
Universidad Católica Cecilio Acosta, II/3,2001, pp.9-21. http://www.unav.es/users/Articulo58a.html
2J.
Dewey, John escribió esta frase en The Need of a Recovery of
Philosophy.
3J.
Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp
6.
4S.
Haack, “Pragmatism”, en N. Bunnin y E.P. Tsui-James, eds. The
Blackwell Companion to Philosophy, Oxford, Blackwell, 1996, 637.
5J.
Nubiola, “Pragmatismo y relativismo:C.S. Peirce y R. Rorty”, pp
5.
viernes, 1 de marzo de 2013
¿Quién necesita abuela?
Música ambiental :)
Si uno se plantease sobrevivir a la crisis impartiendo cursos de autoestima le sugiero que no buscase a sus potenciales alumnos ni en el autor del “Tractatus” ni en Moritz Schlick. Y amplío este consejo hacia el resto de filósofos analíticos y positivistas lógicos. Porque si algo me ha quedado claro al leer tanto el prólogo del“Tractatus” de L. Wittgenstein como “El viraje de la filosofía” de M. Schilck es que ninguno de los dos necesita abuela.
Si uno se plantease sobrevivir a la crisis impartiendo cursos de autoestima le sugiero que no buscase a sus potenciales alumnos ni en el autor del “Tractatus” ni en Moritz Schlick. Y amplío este consejo hacia el resto de filósofos analíticos y positivistas lógicos. Porque si algo me ha quedado claro al leer tanto el prólogo del“Tractatus” de L. Wittgenstein como “El viraje de la filosofía” de M. Schilck es que ninguno de los dos necesita abuela.
Lo más llamativo de estos autores es que creen haber “solucionado
definitivamente lo esencial de los problemas filosóficos”1
y que están “objetivamente justificados”2
para dar por concluido el “estéril conflicto” entre los sistemas
filosóficos anteriores. Los textos en su conjunto continúan en esta
dirección, por lo que guiaré mi argumentación al hilo de estas dos
pretenciosas afirmaciones, centrándome en especial en M. Schlick por
ser quien más lo desarrolla en los documentos seleccionados.
Doy
por hecho que M. Schlick tiene en su casa una enorme papelera y no
dudo de que, además, saca todos los días la basura. Es la única
manera de entender cómo consigue desembarazarse con semejante
ligereza tanto de la metafísica y la teoría del conocimiento en
concreto como de los problemas filosóficos en general.
Probablemente, estos autores aprendieron en las profundidades de la
sabana la filosofía de Timón y Pumba: “Ningún problema debe
hacerte sufrir, lo más fácil es saber decir Hakuna Matata”.
Y es que, sin quitar mérito a su intento de clarificar los
argumentos filosóficos, esto es lo que están haciendo: para evitar
el sufrimiento, le quitamos la escoba a la Cenicienta y a limpiar,
que cenizas hay unas cuantas. ¿Un ejemplo? El absurdo esfuerzo de
los metafísicos por intentar formular el auténtico sentido de la
vida, los porqués finales. ¡Eso no es más que basura, palabras sin
sentido! Metamos todas las grandes preguntas hechas a lo largo de la
historia en el recogedor y sacudámoslo, no vayan a quedar residuos.
La hora del viraje filosófico ha llegado. Perdón, hablemos con
propiedad; del viraje definitivo.
Reconozco
que quizás esté exagerando, pues en el fondo, la labor llevada a
cabo por toda esta corriente de filósofos analíticos a la hora de
clarificar y precisar conceptos y de recordarle a la Reina de las
Ciencias la importancia de la exactitud y el rigor es admirable. Sin
embargo, el aroma que me deja la lectura de sus escritos es este: una
banalización vergonzosa de los grandes problemas planteados durante
siglos no solo por los grandes filósofos, sino por la gente de a
pie. ¿Para qué vivimos? ¿Adónde vamos? ¿Nos diferenciamos del
resto de animales? ¿Hasta dónde podemos conocer? ¿Ceno huevos o
tortilla?
En definitiva, el quid de la cuestión es: ¿pueden ser realmente
barridas estas y tantas otras preguntas vitales, empleando un
concienzudo análisis del lenguaje como escoba? Es más, ¿deben
ser barridas las grandes preguntas cuyas distintas respuestas
orientan y dirigen nuestra vida?
Les invito a detenerse un instante, el instante de reflexión que no
tuvieron los filósofos de bata blanca al barrer este interrogante.
Porque creo que ahí reside su error: la filosofía no es solo un
conjunto de problemas en torno a los cuales no hay consenso, no son
preguntas que después de ser lanzadas al viento son capturadas por
los metafísicos y retorcidas hasta su expiración. La filosofía es
diálogo. Es una conversación en la que todos pueden participar,
porque cada nueva aportación añadirá un matiz distinto a las
anteriores. Evidentemente, no todas las afirmaciones pasarán a la
historia, ni todas serán igualmente válidas, pero eso no conduce a
reducir los grandes filosofemas a su “efectividad histórica”3,
dejando de un lado la objetiva. Porque si lo que uno de los grandes
dijo sirvió para estimular el pensamiento y la búsqueda de la
verdad de otros que vinieron después, solo por eso, llamémosle
X hizo progresar a la filosofía.
El otro día, en clase, estuvimos discutiendo largo rato acerca de si
podemos hablar de progreso en filosofía. Las respuestas fueron ricas
y variadas: “El progreso no se da en la filosofía, sino en cada
filósofo”, “no progresamos, profundizamos”, “son las mismas
preguntas respondidas con distintos planteamientos”, etc. Creo que
el diálogo hubiese sido más claro si nos hubiésemos puesto de
acuerdo acerca de qué entendemos por progreso y en base a eso, dar
nuestra opinión.
La
gran duda era: ¿es necesario una culminación para poder hablar de
progreso? Yo creo que no. En todas las disciplinas hay progresos,
pero eso no implica que lo sepamos todo. Progreso viene del latín
progredior, que significa “avance”.
La filosofía es un
movimiento de pensamiento. Responde a unos problemas y
encuentra otros4.
Puede que haya momentos en los que parezca que se “retrocede”
pero porque se está entrando a fondo en los problemas, dando nuevas
visiones, pero en verdad, eso no es otra cosa que “tirar p´alante”.
El mito de la caverna de Platón hizo progresar a la filosofía, el
sapere audem de Sócrates, la metafísica de Aristóteles, el
cogito ergo sum de Descartes, la crítica al principio de
causalidad de Hume. Todos ellos, más acertados o menos, han hecho
correr ríos de tinta, han estimulado futuros debates y
conversaciones filosóficas, han traspasado los siglos y al llegar
hasta nosotros nos han hecho pensar. Puede que algunos dijesen
disparates, pero disparates con respuestas proyectadas hacia el
futuro.
Si lo
que los filósofos analíticos buscaban con su viraje era un cambio,
ese cambio, ese avance, llevaba siglos produciéndose. Comenzó
cuando alguien se hizo la primera pregunta y diga lo que diga M.
Schlick, estoy segura de que para ese alguien, la pregunta tenía
sentido.
1.
L. Wittgenstein, “Prólogo” Tractatus Logico-Philosophicus
(1922). Traducción castellana de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera.
Alianza, Madrid, 2003, pp. 47-48.
2.
M. Schlick, “El viraje de la filosofía”. Texto original: “Die
Wende der Philophie”, primer libro del volumen I de Erkenntnis
(1930/31).
3.
M.. Sclick, “El viraje de la filosofía”.
4.
Esta reflexión recoge lo comentado en la clase de Filosofía del
Lenguaje de la Universidad de Navarra impartida por Jaime Nubiola.
miércoles, 27 de febrero de 2013
Clase con Vicente del Bosque
Música ambiental :)
Esta ha sido una tarde de sorpresas. La primera, la cancelación de la clase de Filosofía del Lenguaje para asistir a un coloquio con Vicente del Bosque. El entrenador de la Selección española de fútbol ha venido a la universidad con motivo de la XLV Sesión de la Academia Olímpica española, celebrada del 20 de Febrero al 1 de Marzo. Lo de tenerle tan cerca y a la vez tan lejos -por eso de la clase- ha sido solucionado por la democracia estudiantil. Así que gracias profe por escucharla, porque ha merecido la pena. La segunda sorpresa es que, por raro que parezca, hoy me apetecía dar clase. Y la tercera, el propio Vicente del Bosque.
Esta ha sido una tarde de sorpresas. La primera, la cancelación de la clase de Filosofía del Lenguaje para asistir a un coloquio con Vicente del Bosque. El entrenador de la Selección española de fútbol ha venido a la universidad con motivo de la XLV Sesión de la Academia Olímpica española, celebrada del 20 de Febrero al 1 de Marzo. Lo de tenerle tan cerca y a la vez tan lejos -por eso de la clase- ha sido solucionado por la democracia estudiantil. Así que gracias profe por escucharla, porque ha merecido la pena. La segunda sorpresa es que, por raro que parezca, hoy me apetecía dar clase. Y la tercera, el propio Vicente del Bosque.
Aunque
tengo que admitir que esta última no era una sorpresa: Vicente vino
a mi colegio -de Burgos- hace ahora dos años, con motivo del
centenario de su fundación. Allí no improvisó, hablaba para niños
y llevaba pensado el discurso. Por desgracia, no recuerdo nada de lo
que dijo, pero sí recuerdo que me fascinó cómo se dirigió a
nosotros. La sorpresa no ha sido hoy, por tanto, sino que fue hace
dos años. El recuerdo de ese hombretón de metro noventa sentado en
una silla de bar en medio de mi polideportivo y capturando la
atención de doscientos niños y la mía es lo que me ha hecho
levantar la mano a su favor cuando han sugerido el cambio de planes a
pesar del extraño deseo de continuar con la clase.
Pues
bien, como él mismo ha dicho, ha venido “a lo que salga”. Pero,
aunque en un principio, la charla estaba pensada para cincuenta
personas, eran más de cuatrocientas cincuenta las que querían
escuchar qué le salía a nuestro seleccionador. Y creo que no
nos ha decepcionado.
A su
entrada, cientos de móviles se han levantado para grabar la imagen
de Vicente del Bosque junto a la misma pizarra en la que dos horas
antes dábamos clase de Economía.
El
seleccionador ha captado nuestra atención desde el principio con dos
“imágenes didácticas del deporte” para que viésemos que ser un
buen deportista no se traduce únicamente en jugar bien al fútbol.
“Saber ganar también tiene su dificultad” ha señalado
refiriéndose a un vídeo de Iker Casillas.
Para
del Bosque, las dos grandes tareas de un entrenador son, por un lado,
todo lo que tiene que ver con el desarrollo de la estrategia
deportiva, y por el otro, y no menos importante -algo remarcado a lo
largo de todo el coloquio- el cuidado de las relaciones humanas
dentro del equipo; el “gestionar personas”.
Después
de esta breve introducción han comenzado las preguntas, antes de las
cuales nos ha avisado de que aunque estuviésemos en familia, “no
hay que tener cuidado sólo con lo que se hace, sino también con lo
que se dice”. Quizás tanta precaución se debía al hecho de estar
en una Facultad de Comunicación rodeado de periodistas ávidos de
tuitear. No sé si se sentía intimidado o no, lo que sí que sé es que no se le
ha notado.
Respuestas
rápidas, claras, concisas y enriquecedoras se han sucedido en la
hora de conversación con del Bosque: “No convocamos a nadie por
dónde ha nacido” o “a David Villa no le recomendaría
absolutamente nada, es una decisión personal”, han sido sus
respuestas a las preguntas más peliagudas. ¿La clave para ser buen
jugador? Saber jugar y emoción: “sin emoción no puedes hacer
nada”. ¿La clave para motivar a un equipo de élite? “No sólo
es el dinero o el reconocimiento social sino el deber bien cumplido”.
En ese sentido afirma que están tranquilos, y que a pesar de que sus
gestos y comportamientos no cambiarán tanto si ganan como si
pierden, reconoce que si están donde están es por sus buenos
resultados. “La victoria es la clave”. Lo que conlleva que cada
día que ganan algo, “aumenta su responsabilidad de cara al
futuro”.
Ha
reconocido su admiración por el centrocampista Sergio Busquets y por
Fernando Redondo porque “son capaces de actuar en prejuicio de sí
mismos pero en beneficio del equipo”. Y de cara al partido
Barça-Madrid de esta noche ha señalado que “los jugadores pueden
fallar en el fútbol, pueden fallar en el juego, pero no pueden
fallar en el comportamiento”.
Con
esta frase lapidaria queda recogida su visión del deporte, así que
poco más resta por decir de la breve pero intensa visita del gran
entrenador que es del Bosque, quien nos ha confesado antes de
marcharse que todo lo que hace, “más que por conocimiento”, lo
hace “por experiencia”.
Más allá de los límites
Música ambiental :)
Como buen filósofo analítico, a Bertrand Russell le falta tiempo para señalar, ya en el primer párrafo1, que mediante el estudio de los principios del simbolismo podremos salir de la influencia de un lenguaje que a menudo confunde y lleva a error.
Como buen filósofo analítico, a Bertrand Russell le falta tiempo para señalar, ya en el primer párrafo1, que mediante el estudio de los principios del simbolismo podremos salir de la influencia de un lenguaje que a menudo confunde y lleva a error.
El
propósito que persigue en este texto es exponer el concepto de
“vaguedad” y probar que “todo el lenguaje es vago”. Para
ello se sirve de varios ejemplos ilustrativos como son la palabra
“rojo”, en representación de todas aquellas palabras que
describen cualidades sensibles, o “calvicie”. Después pasará a
las palabras cuantitativas como “segundo” y a los nombres
propios, para concluir que todas aquellas palabras en cuya definición
intervenga un elemento sensible son vagas. Del mismo modo, explica,
las palabras lógicas, por el mero hecho de ser empleadas por
personas, también lo son, aunque en menor medida. Expongo estos
ejemplos porque considero que es gracias a los mismos por lo que se
comprende verdaderamente adónde quiere llevarnos el autor. En
efecto, como él mismo afirma, son los casos cotidianos los que
prueban la vaguedad de la mayor parte del conocimiento2,
y gracias a las referencias a estos el texto capta nuestra atención
hasta el final.
Particularmente,
encuentro sugerente lo referido a la vaguedad del conocimiento
sensorial, tan bien ilustrada con el ejemplo del vaso de agua.
Explica cómo hay muchas cosas que aunque no podamos distinguirlas a
simple vista, producen, sin embargo, efectos diferentes. En este
punto, reconozco la importancia de conocer las limitaciones de
nuestro conocimiento. Tenemos que ser conscientes de que no todo es
como parece y de que hay que echar mano de un “microscopio”
cuando sea necesario, porque por desgracia, muchas veces las
consecuencias de la ignorancia pueden ser peores que pescar el tifus.
Ahora
bien, aunque estoy de acuerdo con varias de las explicaciones que da
para que comprendamos el concepto de “vaguedad”, sin embargo, la
sensación tras la lectura ha sido de un cierto desasosiego:
¿en verdad no es posible trazar los límites precisos de ningún
concepto? ¿“Delimitar la zona de penumbra”, como afirma Russell?
Él señala que “afortunadamente” no lo es, pero discrepo del uso
de ese adverbio. Me explico, es cierto que son
muchos los conceptos vagos, pero extender la vaguedad a absolutamente
todo el conocimiento me parece excesivo. No sé en qué color
pensaría Russel cuando escuchaba la palabra “rojo”, pero estoy
segura de que en una reunión de personajes de cuento reconocería a
Caperucita Roja aunque se le hubiese descolorido la capa con la
lluvia. Del mismo modo, dado que, según él, al tratar con la muerte
se empieza a desdibujar el concepto “hombre”, me pregunto qué
pensaría si al morir le hubiesen plantado en una huerta de
albaricoques. Quién sabe si en esa zona de penumbra, en la que las
palabras se tornan cuestionables, no podría ser confundido con una
fruta. ¡La oscuridad es lo que tiene! A mí sin ir más lejos, me
gustaría ser recordada en un futuro como “M. Teresa Ausín
Martínez” con independencia del estado de descomposición de mi
cuerpo, por lo que no considero necesario que nadie trace el límite
en el que la posesión del mismo me fuera arrebatada. Lo que quiero
decir es que en la vida real, que es la que cuenta, nadie va a
sacarse un reloj de arena del bolsillo para decirnos “ahora sí, a
partir de...ya, te llamas M. Teresa”. Si ahí no hay límites es
porque tampoco es preciso trazarlos. Me parece angustioso cómo
Russell trata de aplicar el concepto de “vaguedad” a
absolutamente todo el conocimiento. Resulta curioso ver cómo algunos
filósofos -me abstendré de decir un número- encuentran tan
complicado limitarse a hacer afirmaciones lógicas y coherentes sin
radicalizarlas, en un intento no sé si de innovar o de que se
levanten en armas contra ellos.
Al
final del texto, Russell señala que “el hecho de que el
significado sea una relación multívoca es la manifestación de que
todo lenguaje es más o menos vago”3.
Sin embargo, y aprovechando para llevar los ejemplos a terrenos
empalagosos, lo encuentro matizable. Pongamos el caso de una mirada
enamorada: pensemos en ese chico que mira a su compañera de clase
como si no hubiese final. Absolutamente todo el mundo se da cuenta,
salvo ella. ¿Es una mirada vaga? ¡Todo lo contrario! La vaga es
ella, que está tan entretenida hablando por el wassap que ni le ha
mirado, y cuando lo ha hecho, tenía la mente en otra parte. En este
caso, la mirada era clara, precisa, de amor incondicional, porque
esas cosas no se pueden disimular. Por mucho que el chico intentase
poner una mirada “vaga” para hacerse el “interesante” no
habría podido, estoy segura. No sé si este caso se sale del tema
explicado por Russell, pero lanzo una pregunta, y que la coja quien
quiera: ¿la vaguedad está solo en el lenguaje o es posible que la
incorporemos nosotros con nuestras distintas interpretaciones y
percepciones, difuminando unos límites que en muchos casos sí que
están?
1B.
Russell, “Vaguedad”, Antología Semántica, Ed.
Nueva Visión, Buenos aires, 1960. El ensayo hace referencia a este
artículo, cuyo título original es “Vagueness”.
2B.
Russell, “Vaguedad” p. 23.
3B.
Russell, “Vaguedad”, p. 22.
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